Conozco muchos océanos y costas, pero sin lugar a dudas Monte Hermoso es una de las playas que atesora uno de los mejores atardeceres del mundo.
Muchos bahienses y gente de poblaciones cercanas han pisado esas arenas desde la infancia y, año tras año, siguen disfrutando como si fuese la primera vez de los colores del cielo que se va tiñendo de rojo y oscureciendo las aguas a medida que anochece, cuando el sol se acomoda y descansa dentro del mar.
Hace tiempo que no volvía y poco han cambiado desde aquel entonces las costumbres que anuncian el inicio del verano, cuando la playa de Monte Hermoso comienza a desperezarse.
Lo bueno que ofrece este lugar es la extensión de sus playas, son 32 km de costa en las que existen tantas opciones como preferencias. Un dato a saber es que si bien Monte Hermoso es el mundo de los sueños y la tranquilidad, los fines de semana se convierte casi en un “hormiguero” con la llegada de una multitud de turistas hasta sus orillas.
Así las cosas, lo atractivo de este balneario radica en que quienes quieren estar rodeados de gente optan por las arenas del centro y quienes prefieren la tranquilidad se alejan unos pocos kilómetros a playas más extensas. Las dos opciones se van enhebrando a lo largo de la costa mezclando la serenidad y el placer de la pesca con el bullicio que provoca y atrae a la gente más joven.
A las playas más alejadas van los que practican deportes acuáticos como kitesurf o windsurf, pues allí disfrutan al máximo los vientos característicos de la zona. También, es el lugar elegido por aquellos que se entretienen pescando. Previamente, compran su carnada de camarones y anchoas, se suben a sus camionetas y bajan hasta la orilla del mar. Una vez instalados en la arena solamente les queda una meta por cumplir: disfrutar del día en familia o amigos, con un picnic de por medio.
Las playas del centro se extienden desde el espigón de la calle Huemul hasta la calle Las Ballenas y se caracterizan por tener un declive muy suave.
Existen diversidad de paradores para divertirse, escuchar música y probar las delicias de sus cocinas; se realizan campeonatos de voley y tejo; y también se brindan clases de aeróbica y salsa cubana.
Imposible no mencionar a los infaltables de cada verano: la sombrilla claveteada en la arena para evitar que se transforme en un parapente debido a las ráfagas del viento, el protector solar, los aceites que aceleran el bronceado, los churros rellenos de dulce de leche, el heladero de voz estruendosa ofreciendo el clásico palito bombón, las pelotas que van de aquí para allá entre turistas adormecidos, los perritos, los grupos de amigos que juegan a la paleta y los semblantes felices. Dentro del mar no pueden faltar los que practican la motonáutica, el canotaje y los fanáticos de barrenar olas.
En esas playas céntricas continúa siendo bienvenida la costumbre de recibir, a horas muy tempranas, las barcas de los pescadores que llegan hasta la orilla para vender su pesca a los clientes madrugadores y ávidos por los ejemplares más frescos.
Entre las costas más distantes, accediendo por el camino costero, se llega a varios sitios que valen la pena visitar. Entre ellos Laguna Sauce Grande, con vegetación y playas muy extensas; Médanos Blancos, con una gran cadena de arenas blancas elegidas por los que practican sandboard, motocross y cuatriciclos; Faro Recalada, de 67 metros de altura y más de 100 años de antigüedad; la desembocadura del Río Sauce Grande, donde abunda la pesca; y, unos kilómetros más alejada, está la Reserva Natural de Pehuen Có, allí se encuentran huellas de vida que datan de hace miles de años.
Cuando los días vienen acompañados de un sol fuerte y radiante, viento norte y determinadas corrientes marinas aparecen las aguas vivas en las playas de Monte, haciendo difícil que los veraneantes puedan disfrutar del mar. Las hay blancas y otras de cruz roja, pero son los filamentos que poseen las medusas los que causan ardor y dolor cuando entran en contacto con la piel. Así, el panorama de la playa es el de un mar vacío de turistas y los más pequeños jugando dentro de bendecidos charcos de agua que ha dejado la marea al bajar.
El centro de Monte Hermoso es pequeño, su peatonal -la calle Dufour, en honor a uno de los pioneros- desemboca directo al mar y a lo largo de sus veredas la mayoría de los veraneantes pasean y recorren los comercios, bares y restaurantes.
En el corazón de la ciudad balnearia también se instala la Feria de Artesanos, la Rambla de Madera, que se extiende paralela a la playa frente al océano, y un anfiteatro, que brinda gratuitamente espectáculos para niños y adultos.
La noche de Monte Hermoso es muy joven y está colmada de algarabía. Grupos de amigas y amigos que deambulan por bares hasta la puesta de sol o que, después de finalizar alguna fiesta, bajan a la playa para comer algo y ver el amanecer.
Como sacado de un cuento, el origen de esta alternativa turística de la Costa Atlántica se encuentra en el naufragio de un barco. Fabián Barda, escritor y profesor de historia de Coronel Dorrego, relata en un nota de la agencia DIB que, tras sufrir un accidente a metros de la costa, toda la madera de pino que cargaba la goleta encalló en las arenas del lugar y, al ser imposible su traslado, terminó en la construcción de un hotel que dio inicio a la Villa de Monte Hermoso.
La ciudad fue cambiando su fisonomía a lo largo de los años, se han formado barrios nuevos con muchos árboles y se fueron asfaltando algunas de sus calles. Monte Hermoso ha ido creciendo con una arquitectura un tanto desordenada, lo que genera cierto temor en aquellos que no quieren que pierda esa identidad de pueblo costero.
Por otro lado, algunos vecinos se ilusionan con un futuro donde se lleven a cabo mejoras en relación a la infraestructura, al suministro de energía eléctrica y a los servicios un tanto deficientes que presta el gobierno municipal. Me ilusiona pensar que las autoridades lograrán encaminar los recursos hacia un desarrollo organizado.
Después de la visita, me alejo de Monte Hermoso recordando, con una tierna sonrisa, que bajo estos cielos del mundo los médanos vivos continúan desparramándose con el viento mientras rebasan las veredas y se meten en las casas. Que en este lugar de la costa las historias huelen a océano, las mareas dejan secretos y un sabor a sal inunda el pensamiento.