Pensemos por un momento en nuestras amigas más cercanas y duraderas. ¿Se parecen a nosotras, pertenecen a la misma clase social? ¿O existe la buena amistad en mayor grado entre personas diferentes?
Hay estudios que indican que las similitudes entre personas, en cuanto a intereses y gustos, sentido del humor, creencias y ambiciones, influyen positivamente en la formación de amistades. Esto quiere decir que es bastante probable que la razón por la que entablamos una amistad tenga que ver con tener algo en común en alguno de esos ámbitos.
Un status económico similar, pertenecer a la misma clase social, también parece tener cierto impacto en una amistad, pero en menor grado que los otros factores. La favorece en la medida en que incrementa la probabilidad de coincidir en lugares determinados y sobre ciertos asuntos. No obstante, no parece asegurar que una amistad dure.
Y la duración es, precisamente, lo que caracteriza la buena amistad. Cuando oímos hablar de personas que son buenos amigos, sobrentendemos que se conocen desde hace tiempo. Nadie se convierte en un buen amigo de un día para otro. Hace falta pasar tiempo compartido para que la relación se consolide como una buena amistad.
¿Qué es una buena amistad?
Si similitudes en intereses, ambiciones o estatus social contribuyen a la formación de amistades, ¿qué factores promueven que personas entablen buenas amistades?
Es algo que se ha debatido desde la Antigüedad. Platón fue el primero en hacerse este tipo de preguntas, o más bien dejaba a su maestro, Sócrates, desarrollarlas: ¿Los amigos de bien son semejantes, o son mejores amigos los que más se diferencian?
Sócrates llegó a la conclusión de que los que son iguales no tienen nada que aportarse el uno al otro. Si son idénticos, difícilmente serán buenos amigos. En el polo opuesto, los que no se parecen en nada tampoco tienen nada en común y, por lo tanto, no son candidatos para formar una buena amistad.
Un punto medio
Sócrates no dice claramente quiénes son los que establecen una buena amistad. Insinúa que estarán en un punto medio entre los que son, respectivamente, iguales y diferentes: tienen “ciertas bondades del alma en común” sin que estas virtudes sean idénticas. Así, por ejemplo, los que son justos tendrán algo que aportar a los humildes que, a su vez, complementarán a los valientes.
De esta manera, las amistades pueden llegar a formar un círculo virtuoso que permite a cada parte ser ella misma y, al mismo tiempo, encajar en la vida común con los demás. “Parece que la amistad mantiene unidos a los estados”, observa Aristóteles, el discípulo más influyente de Platón. Y sobre la amistad entre los que se encuentran en su madurez, añade: “Dos son más capaces de pensar y actuar.”
Mejorarnos uno al otro solo es posible cuando los amigos no son exactamente iguales, sino que se complementan. Uno puede percibir algo y compartirlo con su amigo o amiga, que no se había dado cuenta hasta ese momento. La percepción de uno contribuye a ampliar el horizonte de otro.
Entre los factores que fomentan la formación de las buenas amistades se encuentran, pues, la confianza y la benevolencia, dos virtudes que tienden puentes entre las personas. Crean lazos que mantienen, como afirma Aristóteles, una comunidad o una sociedad entera unida.
Ponerse en el lugar del otro
Hay más: en la buena amistad las partes buscan igualarse para que nadie esté por encima o por debajo de los demás. Inspirada por Platón y Aristóteles, la pensadora alemana Hannah Arendt sostenía, ya en el siglo XX, que en la amistad las partes se igualan sin volverse idénticas. A través de un diálogo sincero y transparente, las partes llegan a compartir su mundo y facilitan que cada una pueda ponerse en el lugar de la otra.
Pero esta comprensión mutua tampoco debe llevar al punto de unirse totalmente sin poder distinguirse y reconocerse. En este punto es donde entra en juego el respeto mutuo: el permanente intento de ser equitativas y resolver sus diferencias de forma dialógica, que hace que en sus interacciones exista siempre una dosis de tacto.
Por qué termina una amistad
A veces, las diferencias entre amigos pueden volverse tan grandes que la amistad sufre: los gustos, intereses o ambiciones de una persona se transforman hasta tal punto que apenas queda lo que tenía en común con sus amigos. O cambia tanto en su forma de ser que sus amigos casi no pueden reconocerle. Una amistad no suele sobrevivir a cambios tan drásticos.
En otras ocasiones, dos amigas, como las que describe la novelista italiana Elena Ferrante en su cuarteto napolitano Dos amigas, pueden mantener una relación con múltiples facetas que contiene partes iguales de confianza y desconfianza, de bondad y maldad, de respeto y de falta de él. Quizá sea el retrato de Ferrante bastante fiel a cómo muchos amigos viven sus amistades: animados por sus similitudes, desafiados por sus diferencias.
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