“Cuando nos mostramos en las redes o en nuestro círculo social, siempre tratamos de dar una imagen de familia perfecta. Para ello, solemos ocultar a los demás nuestros conflictos. Por eso nos sorprende cuando una persona (sobre todo si es considerada un referente) reconoce públicamente sus problemas en su entorno familiar: por ejemplo, admite que pierde la paciencia con sus hijos y les grita de vez en cuando. Esta actitud de autoevaluación genera alivio en quienes la siguen, porque se identifican con ella”, explica la licenciada Husnche.
“Este tipo de “confesiones” nos hace reflexionar sobre cuál es el límite entre la disciplina y el maltrato: cómo podemos lograr un equilibrio saludable, teniendo en cuenta que no solo es importante el “qué” (el motivo por el cual impartimos disciplina), sino el “cómo” (de qué manera lo hacemos)”, agrega la especialista.
Saber pedir perdón
“Para que nuestros hijos e hijas se respeten a sí mismos, nosotros debemos ser los primeros en respetarlos. Por eso, es fundamental que sepamos pedir disculpas. Todos perdemos la paciencia de vez en cuando y a cualquiera se le puede escapar un comentario desagradable”, continúa Hunsche.
“Lo importante es prestar atención a lo que estamos diciendo: no es lo mismo “¡Estoy harta de que nadie me ayude a lavar los platos!” que “¡Sos un inútil que nunca hace nada!”. En el primer ejemplo, la persona enfoca la bronca en sí misma, aunque indirectamente el reproche vaya hacia sus hijos; en el segundo ejemplo, en cambio, los descalifica. Los insultos, las generalizaciones (“¡Nunca entendés nada!”) dejan huellas profundas en los chicos”, asegura.
“Entonces, es fundamental darnos cuenta cuando nuestro reproche tiene este tipo de enfoque, para poder pedir las disculpas necesarias. Cuando hacemos daño, debemos reconocerlo y dar el ejemplo ante nuestros hijos, porque es reparador: restablece la confianza y el amor, disipa el miedo, resetea el vínculo y, fundamentalmente, les enseña a ellos a pedir disculpas”, suma la especialista.
El valor del elogio
“Otra herramienta fundamental es el elogio: para los chicos y las chicas, todos sus avances (aprender a leer, practicar un deporte, etc.) implican un gran esfuerzo que merece ser reconocido. Por eso, los elogios nunca están de más. Y cuando son justos, resultan imprescindibles. Así como no hay que naturalizar el maltrato, tampoco deben darse por sentados los logros: hay que motivar constantemente a nuestros hijos e hijas para que avancen en su crecimiento”, explica la psicóloga.
“Si tenemos tendencia a gritar, pero vamos aprendiendo a controlar ese impulso, es importante saber que los chicos se dan cuenta y lo valoran. Es muy difícil, pero necesario, ponernos en su lugar y percibir cómo van a recibir nuestro reto: poner los “filtros” para contener ese primer impulso”. Agrega.
“Y, sobre todo, aprender a incluir el elogio como parte de la educación, para validar los esfuerzos de nuestros hijos.
Recordemos que no existe la familia perfecta, que lo que se ve en las redes es un ideal y no una realidad. Nuestros hijos son una escuela de paciencia; aprender a ponerles límites de una manera justa nos convierte en mejores personas”, concluye la especialista.
Asesoró: Diana Hunsche, psicóloga.