El marido, la amante y un cambio de perspectiva inesperado
 

El marido, la amante y un cambio de perspectiva inesperado

Un nuevo capítulo de Amores Random, la columna de Alejandra Lanfranqui en la que nos habla de vínculos.
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Hacía apenas horas que Cecilia le había cerrado para siempre la puerta de su casa a Mariano, su marido y padre de sus hijos. En la valija que le armó para su partida, se llevó casi 20 años de vida compartida, la crianza de dos hijos maravillosos y sueños por cumplir.

Cecilia se empeñaba en llegar a vieja rodeada de sus nietos de la mano de su compañero de vida. Ella quería tener una vida de cuentos con final feliz. Pero el protagonista que había elegido para esa historia estaba muy lejos de ser un hombre de película. Su marido nunca supo dar amor, era un pobre hombre tratando de amordazar su alma rota y desolada. Cecilia temía que algún día, por no sanar las heridas de su niño interior solitario y desamparado, su alma terminara sangrando irreversiblemente.

Ella fantaseaba en poder sanar las lastimaduras de su marido, pero sabía que andar por la vida tratando de meter el polvo debajo de la alfombra, de mirar la paja en el ojo ajeno, al principio parece gratis y hasta aliviador pero a larga y a veces no tanto, esa miseria no procesada se transforma en una bomba de tiempo que tristemente explota y daña a los corazones que laten cerca.

Finalmente todo aquello que Cecilia intentaba no mirar, en breves minutos se hizo presente en su vida, transformándola en una pesadilla, y a su futuro en un rompecabezas de mil piezas volando por el aire.

Era una tarde de noviembre cuando confirmó que una de sus amigas del barrio cerrado donde vivían y con la que compartían momentos familiares, era la amante de su marido. Hacía unos meses que Mariano estaba más raro de lo habitual y su amante se había separado sin dar mayores explicaciones.

Evidentemente la estacada final era la ruptura de su matrimonio y así sucedió. Rápido, le llegó la noticia como una cuchillada sobre el corazón, cuando vecinas del barrio los vieron besándose entrando a la casa de ella.

Cecilia se mudó de barrio, buscando preservar a sus hijos de la miseria en la que su padre había caído. Con los pocos hilos de existencia que le quedaban, rearmó un nuevo hogar para ella y sus hijos, le dio el calor y la paz que necesitaban para emprender un nuevo viaje, esta vez de tres.

Pasó noches en el silencio de su cuarto tratando de tomar perspectiva de su insospechada realidad. Necesitaba descifrar el mensaje que el destino le estaba enviando, y siempre concluía en la peligrosa ambigüedad del enamoramiento, entregar desprendidamente el alma a otro, confiarle nuestros sueños, miedos y debilidades, darle potestad sobre nuestras emociones al punto de poder jugar a cara o seca con nuestra vulnerabilidad.

No era la primera vez que la vida la ponía a prueba. El abandono desde muy pequeña de su padre la convirtió en una niña valiente a fuerza de resignación y fortaleza. Cecilia creció y vivió acostumbrada a tener hombres sin disponibilidad afectiva para ella.

Pasó fiestas de cumpleaños, navidades y decenas de eventos esperando que su padre viniera a saludarla y años de matrimonio deseando que a su marido le nazcan las ganas de darle amor y algunos ratos de felicidad.

Con el paso de los años fue blindando sus emociones y armando una coraza donde sentirse a salvo. Temía tanto confiar, entregar su alma y que vuelva a quedar deshabitada que se convencía en seguir hipotecando su vida, armando todo tipo de excusas en su mente para acallar un corazón deshabitado. Sabía que amar era para valientes, pero su cuota de valentía la venía jugando casi por completo desde chica.

Pasaron muchos meses, los suficientes. Una tarde de primavera, Cecilia salió a caminar por el parque de su barrio; lentamente una tenue sonrisa comenzó a iluminar su rostro, su pecho se expandía en cada paso, estaba volviendo a ella, a su esencia; las heridas empezaban a cerrarse, la mente a calmarse y su corazón con cicatrices asombrosamente latía más fuerte; se descubrió una sobreviviente en medio de injusticias, rencores y desamores.

Cuanto más se alejaba del punto de partida, su mente y su alma se conectaban armoniosamente, sus emociones y pensamientos brotaban con una claridad reveladora. Cecilia comprendía finalmente como la vida la sorprendía enfrentando oleadas de todo tipo de miserias humanas que la tapaban, hundían, y a segundos de perder el aliento volvía a la superficie.

Se admiraba por momentos de esa fuerza interior que la elevaba y la impulsaba para ponerse nuevamente a flote. Mientras continuaba su caminata firme por los bosques, reflexionaba sobre el poder del amor y reconocía admirada como el amor lograba engendrar la maravilla de transformarnos. Siguió su marcha por el parque abrazada por un atardecer revelador, su pecho se iba a abriendo de la mano de su mente. De a poco sentía que salía del laberinto, el dolor comenzaba a ceder y una sensación de plenitud la envolvió como hacía tiempo no sucedía.

Al día siguiente antes de ir a su trabajo tenía un turno para un control médico. Fue a la clínica y cuando salía de uno de los consultorios las cartas del destino le dieron la oportunidad de jugar el comodín del desahogo. Cecilia podía jugar la carta a su voluntad. Frente a ella, encontró sentada a su examiga, amante de su exmarido.

Dudó mucho en la forma de resolver ese encuentro inesperado, pero Cecilia ya no era la misma que había conocido esa mujer. Cecilia había cambiado de piel, su mente y su alma habían transformado una pesadilla en la gran oportunidad de su segunda parte de la vida.

Tomó la iniciativa, se acercó a su examiga y ante el terror de ésta en causar un escándalo en el lugar, se sentó en el asiento de al lado y le dijo suavemente al oído: "¡Gracias!". En un tiempo, no muy lejano, te vas a dar cuenta el favor que me hiciste. Se levantó, sonrió y partió.

Fuente: Alejandra Lanfranqui es autora de "El día después del amor". De profesión abogada, descubrió que su verdadera vocación es escribir y se animó con su primera novela que ya es un éxito y en la cual nos invita a viajar por el amor.

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