Ubicada en el corazón de Buenos Aires, la plaza San Martín tiene construcciones históricas a su alrededor. Uno de ellos es el Kavanagh, edificio que -se dice- se construyó como “venganza arquitectónica” para tapar la visual entre la mansión Anchorena (hoy Palacio San Martín) y la Basílica del Santísimo Sacramento, que se había destinado como sepulcro de la familia.
Parece ser que Mercedes Castellanos de Anchorena se habría interpuesto en una relación amorosa entre la hija de Corina Kavanagh y su hijo Aaron.
Aunque la leyenda en algún punto se ve desacreditada por la cronología, la tradición oral insiste en que el propósito de la señora Kavanagh era ocultar el sepulcro de su adversaria.

El Palacio San Martín en tanto, es de una belleza singular. Se construyó con el objetivo de poder hospedar a la Infanta Isabel de Borbón. A pesar de que el hecho no se concretó, el Palacio fue escenario de grandes encuentros sociales, como el baile del Centenario de la Independencia de 1916.
En 1936 fue adquirido por el gobierno argentino y se convirtió en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Imperdible es la estatua de San Martín realizada por Louis-Joseph Daumas, que se basó en los monumentos ecuestres a Pedro El Grande y Napoleón.
La estatua arribó desarmada a la Argentina hace 161 años y las críticas no tardaron en llegar: que al monumento le faltaba fuerza, que los rasgos de San Martín parecían europeos, que el caballo no estaba encabritado y que, además, su imagen no se correspondía con las características típicas de un corcel criollo.

Puede que el escultor haya tenido una visión más romántica que guerrera, pero hay que reconocerle el nivel de detalle que alcanzó al replicar los elementos característicos del Libertador, como el sombrero falucho, el sable, las charreteras en los hombros y botas granaderas con espuelas.
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Desde ahí, con sólo girar la cabeza vemos el Palacio Paz, actual sede del Círculo Militar. Este edificio se hizo a pedido del doctor José C. Paz, quien hizo traer todas las piezas de Europa: mármoles, herrería, arañas, ornamentos, muebles, pisos y faroles.

Fue la residencia más grande de la ciudad, con sus 140 ambientes, 40 baños y 12.000 metros cuadrados de superficie cubierta.
Tardó doce años en estar concluido, por lo cual José C. Paz no llegó a verlo terminado porque murió antes, en París, donde residía. El palacio fue disfrutado por su viuda, sus hijos y sus 70 sirvientes.
Un datito de color que nos regala la historia de este lugar es que en el codo que hace el tramo final de Florida estaba el pórtico de ingreso a la antigua Plaza de Toros, una de las tantas que tenía Buenos Aires. Pero estas historias de toreros sin capa roja, la seguiremos en otra nota. Hasta la próxima.
Texto y fotos: Mariela Blanco (@marielablancoperiodista), periodista y autora de "Leyendas de ladrillos y adoquines".
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