La mente creativa de Lee Alexander McQueen no tenía límites, y siempre coqueteó con la muerte, una suerte de inspiración retorcida que salía a la luz en colecciones tan admiradas, deseadas y vendidas como polémicas. Un equilibrio constante con frutos verdaderamente bellos.
Cada desfile suyo era como estar en una película de terror. Las locaciones, el teatro y las escenografías que se montaban en cada show provocaban muchas veces miedo y eran el ambiente mínimo indispensable para poder entender, aunque sea un poquito, el porqué de la inspiración. Una inspiración que llegaba de viajes que hacía a su propio universo interior, oscuro, retorcido.
La fantasía y la realidad macabras se daban la mano en cada show del McQueen. Sus referencias nunca eran livianas, desde un detalle solapado hasta una obviedad que nos bailaba en la cara y, a veces, también nos cacheteaba.
La moda negra, la moda oscura
En sus desfiles, la belleza podía convertirse en miedo con apenas un parpadeo. Imposible no sentir acelerarse el corazón cuando se apagaban las luces en esos segundos previos a que empezaran sus presentaciones de moda.
La colección invierno 2002 fue presentada en un sombrío y húmedo salón con bóveda medieval de la Conciergerie, el edificio histórico parisino que supo ser el albergue donde durante la Revolución Francesa iban los condenados a la guillotina. Pocos salieron de allí con vida. Quizás por eso la primera aparición fue una modelo con una capa con capucha de cuero lila con dos lobos que la guiaban por los pasillos a media luz, la pasarela elegida. Una suerte de espíritu de María Antonieta, una condenada errante que pasó sus últimos días por aquellos pabellones. Hubo mucho lenguaje macabro más allá de la brillantez de las prendas.
Años después la colección invierno 2007 fue una sorprendente revelación personal familiar. Su propia madre descubrió en la genealogía de la familia que en el linaje existió un familiar que fue víctima de los juicios a las Brujas de Salem y fue ahorcado en 1962. Porque si hay algo más que sumarle a la historia del modisto es tener una familia que también se las trajo. Las modelos desfilaban su coreografía elegante en un salón oscuro y sobre un piso negro pintado con líneas coloradas que dibujaban un pentagrama invertido, un símbolo asociado generalmente al satanismo. La colección se llamó In Memory of Elizabeth Howe, Salem, 1962. Para el genio atormentado los límites conocidos eran empujados hacia límites desconocidos o ignorados.
Si bien siempre hubo grandes momentos oscuros dueños de una belleza y perfección inauditas, en octubre de 1996, y sin abandonar su propia marca, reemplazó a John Galliano como diseñador de la tradicional firma francesa Givenchy. Fueron sus presentaciones más tradicionales en términos de imaginación, sin antepasados brujos, ideas terroríficas, sangre pintada en el piso ni nada que se le parezca. Fueron colecciones elegantes y exquisitas muy aggiornadas al pedido de su patrón, el grupo PPR.
En diciembre del 2000, con el comienzo del nuevo milenio, vendió el 51% de su empresa al grupo económico Kerig, el enemigo de su anterior jefe y comenzó la expansión de su marca. Fue el momento en el que la calavera, ese elemento con el que se lo asociaba sin mediar conciencia, se convertiría en el emblema comercial y se vería repartido en estampas por doquier, sobre todo en foulards de gasa, pañuelos de seda y llaveros de metal dorado se convirtieron en lo más económico de sus colecciones y los productos sin estación. Lo tétrico también necesitaba vender.
Principio y final
Tenía apenas 16 años cuando comenzó a trabajar como asistente del sastre del príncipe de Gales. Durante esos tres años en Anderson & Sheppard aprendió las artes y misterios de la costura sartorial y se dice que fue el período de cuentos macabros, leyendas urbanas jamás desmentidas por el modisto. Se dice que llegó a garabatear obsenidades en los trajes de Su Alteza Real engrosando sus tétricas cualidades y honrando su ADN de chico malo. Luego continuó sus prácticas como cortador junior en la sastrería Gieves & Hawkes, la sastrería número 1 de Savile Row de Londres fundada en 1771 y quienes le fabricaban sus trajes al rey George III.
Entonces llegó el momento de ordenarse y estudiar. A las pasantías como aprendiz de sastre le tocó el turno a Central Saint Martins School of Arts donde se recibió. Sin querer en 1992, el año de su graduación, fundó su propia empresa. La colección con la que McQueen se graduó llamada Jack the Ripper Stalks His Victims (Jack el Destripador acecha a sus víctimas) fue un éxito inmediato en Isabella Blow, la entonces sofisticada editora de moda de la revista Vogue inglesa quien le compró todas sus prendas y se convirtió en su mentora.
El mito urbano relata que el estrenado diseñador incluyó cabello humano en los forros de los sacos, huesos que recogía de sus paseos nocturnos al cementerio para usarlos como peso de los sobretodos y leyendas escritas con sangre humana en los forros de algunas prendas. Un mix demasiado tremebundo para racionalizar si esos datos eran o no reales. Lo que importaba y aún hoy importa es que la sastrería es uno de los puntos exquisitos de su manufactura y también el acervo de sus ideas macabras.
Muchas veces coqueteó con la muerte. Varias veces y de diferentes maneras hasta que decidió realmente abrazarse a ella. Se suicidó en enero de 2010, se colgó en la soledad de su departamento como si ello fuera una suerte de final de ritual satánico, un final que nadie quiso ver ni anticipar pero que tampoco sorprendió. Sin dudas, para McQueen, la moda (y la muerte) nunca tenían que ser políticamente correctas.