Carolina Vardabasso Blanco es la argentina que sobrevivio al tsunami. Estaba de vacaciones en Phi Phi Islands el 26 de diciembre de 2004 cuando “la gran ola” arrasó con la ciudad y se llevó la vida de su marido, Diego Talevi, y de su bebé, Bruno, de doce meses. El dolor infinito de la perdida y su fuerza de voluntad para superarlo.
"Entendí que las cosas malas no solo les pasan a los otros: a cualquiera le puede ocurrir una cosa así”, le contó ella a Para Ti, sin perder la templanza, y cuidando de no invadir aquellos territorios que sabe innecesarios. “Con el análisis una entiende de que puede hablar y de que no. Me costó mucho llegar al momento de poder contarlo de esta manera. Entenderlo no quiere decir que vaya a doler menos. Nunca voy a poder aceptar que ellos se hayan muerto en el mejor momento de mi vida”.
Carolina y el ingeniero mecánico Diego Talevi (en diciembre de 2004 tenía 33 años) se enamoraron en unas vacaciones en Florianopolis (Brasil) y nunca más se separaron. Se pusieron de novios y salieron durante tres años a la distancia, ella viviendo en Rosario y él en Capital Federal. En enero de 2000 se casaron en la Iglesia del Carmen en Rosario y decidieron sacar un crédito hipotecario para comprar un departamento y mudarse juntos cerca del Parque Avellaneda, en Capital.
Pero apenas volvieron de la luna de miel, a Talevi la empresa alemana para la que trabajaba –Herrenknecht AG– le ofreció la oportunidad de trasladarse algunos años a Asia, precisamente a la ciudad de Kuala Lumpur (capital de Malasia). Y a pesar de que extrañarían a sus afectos, decidieron atravesar la experiencia.
Bruno fue muy deseado y nació en Singapur el 9 de diciembre de 2003. Mientras la pareja se asentaba en el exterior, volvían al país cada vez que podían a visitar a sus familias y aprovechaban la estancia en Asia para conocer los lugares turísticos de la zona.
Cuando el paraíso se volvió infierno
El 24 de diciembre de 2004 decidieron pasar las fiestas en Phi Phi Islands, un paraiso de aguas cristalinas. “Teníamos cinco días libres entre Navidad y Año Nuevo y volver a Rosario o a Buenos Aires nos demandaba dos días de vuelo. Así que optamos por ir para allá, entusiasmados por la tranquilidad del lugar, la transparencia del agua y el hecho de que todo se hace caminando. Era un destino ideal para ir con chicos”, recuerda Vardabasso.
Así, el viernes 24 a la tarde desembarcaron en el resort, ubicado a unos diez metros del mar. La no-che de Navidad la pasaron en un show que organizaba el hotel y el 25 hicieron una excursión en una lancha privada “para cuidar los tiempos de Bruno y tener la posibilidad de volver si lo necesitábamos”.
El domingo 26 se levantaron temprano para “aprovechar el día y después ir a hacer snorkel en alguna de las playas cercanas”. Eligieron una travesía de seis horas y alrededor de las 10 de la mañana Carolina volvió a la habitación del hotel con Bruno a preparar la mochila para la excursión. Diego fue a sacar dinero del cajero automático.
Cuando su marido volvió a buscarla a la habitación, apurado, le dijo “dame al gordo, dame al gordo y vamos”, y empezó la pesadilla. “Diego volvió de la calle asustado, diciendo que se escuchaban gritos y que había gente corriendo. Una actitud que me alertó porque el era un tipo muy tranquilo”, relata Vardabasso, que había escuchado ruidos desde la habitación pero los habia atribuido a la “cantidad de fiestas y de jóvenes que había en la isla”.
Carolina manoteó la mochila que ya tenía preparada y empezó a caminar con su marido. “Cuando salimos del cuarto, ya tenía el agua en los tobillos y unos pasos después, me llegaba por la cintura. Yo no vi absolutamente nada porque el agua estaba a mi espalda. Nunca me di vuelta a mirar. Caminamos un poco más y enseguida Diego, con Bruno en brazos, se separó hacia un costado, agarrándose de un balcón de otra de las habitaciones. En ese momento los perdí de vista porque el cuerpo de él me venía frenando de la fuerza del agua.
El tiempo transcurrido siempre es un hecho subjetivo. Y más cuando se trata de una sobreviviente. Carolina Vardabasso Blanco (37) perdió a su marido, Diego Talevi, y a su único hijo, Bruno, de doce meses, en el tsunami que el 26 diciembre de 2004 arrasó brutalmente Indonesia y alrededores.
Con olas de más de 30 metros de altura, el terremoto submarino de 9 grados en la escala de Richter devastó ciudades enteras y acabó con la vida de aproximadamente 300 mil personas. Hoy, Carolina logró rearmar su vida pese a las ausencias, en Rosario.
Morir y volver a nacer
“Parece que fue ayer, si evaluás el tiempo a partir de cómo los estoy extrañando. Pero si veo lo que hice con mi vida en estos años, me parecen quince”, comparte Carolina desde el living del PH que habita en la ciudad santafesina. Un espacio cálido, decorado con detalles hindúes, huellas de los años que vivió con su marido en Asia, y algunas fotos, entre las que resalta una. En blanco y negro, en la que sostiene a Bruno, en el hospital de Singapur, con apenas siete dias de vida.
De aquel momento fatal recuerda que "el agua me llevó y me cubrió completamente. Llegó un momento en el que no podía respirar más y dije ‘ya está, llegué hasta acá’. No podía hacer nada, no tenía más aire y cualquier cosa de la que me agarraba se me resbalaba de las manos. Empecé a tragar agua y en ese segundo en el que decidí empezar a morir se me cruzó toda mi vida por la mente. Recuerdo que pense: ‘mi hijo se quedó con el más competente de los dos, con el que sabe nadar y el más inteligente’.
-¿Vos siempre estuviste consciente?
-Sí, siempre. Cada golpe en el agua me rotaba de posición, pero yo no lo sentía. Después me di cuenta de que eran golpes. No veía nada, solo barro y escombros. Y lo único que escuchaba era el ruido del agua en toda su magnitud. Supongo que pude hacer una respiración más, porque en un momento el movimiento cesó y me di cuenta que podía respirar. Cuando abrí los ojos, tenía un techo arriba de mi cabeza y el agua abajo. Veía apenas un pedacito de luz: me sacaron desde un primer piso. Una vez en tierra, caminé mientras me iba empujando la gente y cuando me senté no me pude parar más. En cuanto me enfrié y me bajó la adrenalina, me empezaron a doler las piernas y tuve un shock de fiebre. Tenía una pierna, un talón y la cara lastimados.
-¿La gente era solidaria en medio del caos? ¿se ayudaban entre sí?
-Vi muchas actitudes. El pánico te puede paralizar o volver muy egoista. En el momento en que los médicos necesitaban agua para darle a un paciente para que tomara un calmante, otro tenía cinco litros y no la compartía. Por otro lado, habia turistas jóvenes que se pusieron los guantes para ayudar y fueron los últimos en irse de la isla.
Alrededor de las cinco de la tarde la trasladaron a la isla de Phuket, donde había más infraestructura hospitalaria para atender a los miles de heridos que buscaban asistencia. “Llegamos al hospital después de cuatro horas en un ferry porque las lanchas rápidas –que suelen tardar apenas un par de horas– no podían llegar a la costa por la cantidad de residuos que había en la playa. Alli me suturaron y pasaron unas diez horas hasta que reaccioné y me di cuenta de que podía pedir un teléfono.
Estuve mucho tiempo sentada en una sala de espera, con un hombre hablando por celular y no se me ocurrió pedírselo. Estaba en estado de shock, quizá esperando que llegaran. Me había quedado solo con la malla puesta, (N. de la R.: Había salido con un pareo que perdió, al igual que la mochila, bajo el agua) y no sabía la magnitud de lo que estaba pasando. Si, ya había anotado a Diego y a Bruno en miles de missing list”.
Después de un día y medio de internación hizo el primer contacto telefónico a Buenos Aires. Primero con su mamá Teresa –que falleció en 2010–. “Le dije que estábamos todos bien".
"Una pareja amiga gestionó mi vuelta, primero al hospital de Singapur, donde estuve casi un mes y medio internada y después a Buenos Aires. Ellos eran quienes iban a viajar con nosotros de vacaciones, pero como no consiguieron hotel cancelaron el viaje. Se salvaron. Esta pareja de amigos vino a Phuket y se quedaron hasta que encontraron los cuerpos”, contó.
Fue Teresa, su madre, quien le dio la noticia. “No me tuvo que decir nada, cuando me dijo que los habían encontrado ya lo sabia”. Y fue –recuerda ahora Vardabasso– la única persona que nunca dejó de saludarla cada Día de la Madre. “Hay gente que por ahi te llama todos los días para hablar, pero ese día no te llama, el teléfono no suena en todo el día. A veces, como la gente no sabe qué hacer, no hace nada”. Probablemente para resguardarte de los recuerdos dolorosos… Pero vos pensás.
Vivir sin ellos
-¿Qué es lo más difícil de superar en el proceso del duelo?
-No podés no pensar en ellos todos los días, son parte de tu vida: es mi marido, es mi hijo. Son cosas que no olvidás nunca, te acostumbrás a vivir con eso. La pérdida es algo que tenés que seguir trabajando toda la vida.
Te diría que la culpa es una de las cosas más complicadas de procesar. El problema es que ante una situación como ésta, en la que no hay un culpable, empezás a culparte a vos misma y autoflagelarte. Armás hipétesis: “y si yo no hubiera agarrado la mochila”, “y si lo hubiera tenido yo a Bruno”. Y cuando terminás con una de las teorías, después de mucha terapia, empezás con otra hipótesis.
Me llevó mucho tiempo sacarme la culpa. Hasta que te das cuenta de que no hubieras podido hacer nada, hasta que entendés que un segundo no hubiera cambiado la situación, es un largo proceso. La única respuesta es que te toca (en el caso de Carolina, ni siquiera sabia nadar).
-¿Qué te acordás de los primeros años después de la tragedia?
-Fueron muy complicados. Además, antes de volverme a Rosario pasé dos años en Buenos Aires con mi mamá, en el departamento que habiamos comprado con Diego. No quería volver a Rosario. Yo sentía que no era mi lugar. Después entendí que me aferraba a vivir en Buenos Aires porque en ese momento era lo único que me quedaba de lo que habia sido mi proyecto. Después lo fui elaborando y dije “no, qué estoy haciendo aca, estoy loca”.
En esa época llegué a ir a terapia hasta cuatro veces por semana. A lo mejor me acostaba a las cinco de la mañana llorando, pero me levantaba para ir a terapia. A veces iba sin bañarme o sin comer, pero terminaba yendo.
-Quienes pasaron por situaciones extremas suelen contar que a pesar del dolor hay un gran aprendizaje, ¿cual fue el tuyo?
-Aprendí que por más que no quieras, al otro día te vas a levantar igual. Por más que me haya querido morir, nunca intenté suicidarme. Creo que hay algo innato o que forma tu familia que hace que a pesar de todo quieras sanarte. No hay una forma de retroceder lo que pasó. Tenés que aprender a sobrellevarlo, es la única manera. El humor también fue una herramienta. Hace un año y medio me animé a volver al mar, a Costa Rica, con unos amigos.
Al momento de esta nota, Carolina formaba parte de la gerencia comercial de Insertools, una metalúrgica, y en el tiempo libre hacía un curso de recursos humanos, iba al gimnasio y hacía planes con algunos de sus afectos más cercanos: su hermana mayor –Sandra– o alguna amiga. No había vuelto a formar pareja. “Hoy por hoy tengo toda mi energía volcada a crecer profesionalmente. A mí me costó mucho, más allá del duelo, reincorporarme a la sociedad. Mi marido me tenía en una caja de cristal, yo era su princesa y me trataba como tal. Cuando él no estuvo tuve que empezar a armar toda mi vida de cero, a desarrollarme por mi misma en todos los sentidos. Desde acordarme de pagar la luz, porque pagaba el por Internet, hasta generar ingresos propios”, recuerda y vuelve al relato de los primeros pasos en su vida laboral.
A pesar de que ella es diseñadora de interiores, fue el dueño de la empresa en la que trabaja actualmente el que le dio una oportunidad. “Si sobreviviste a eso, podés sobrevivir a cualquier cosa y yo necesito una persona que vaya para adelante”, le confesó su jefe, cuando ella le preguntó por qué la había tomado para un puesto en el que no tenía experiencia. “Mirá que tuve entrevistas de trabajo muy desagradables, me encontre con gente que me dijo que estaba grande o que venia con muchos problemas… ¡un vikingo mi jefe!”
-¿Está en tu horizonte o fantaseás con la posibilidad de intentar una relación o con volver a ser mamá?
-Antes creía que era imposible, en su momento me he llegado a pelear durante tres años con el terapeuta, solo por mencionarme la idea. Hoy digo que puede ser, pero no es una prioridad. Además, la edad me viene jugando en contra (se rie) y tambien tendríaa que evaluar y trabajar conmigo misma para saber si estaria preparada para criarlo bien, después de todo lo que pasé. No quiero que sea una decisión egoísta. Por ahora estoy enfocada en mi vida laboral y me estoy animando a contar lo que me pasó, por si a alguien le puede ayudar mi historia de superación interior.
A pesar de la pérdida, aprendí que sí tiene sentido el trabajo que uno hace para seguir adelante. Porque se sale: viví mucho tiempo queriendo no levantarme, pero salí adelante.
En 2011, Carolina dio una charla Tedx Rosario. "Yo soy una de las miles de sobrevivientes de la catástrofe natural más grande de la historia de la humanidad diciendo así parece que soy una momia, como estoy hablando de 100 años atrás", explicó Carolina.
"Lo que no lográs entender que lo que ves después que esa destrucción, tras la ventana donde está sentada, no es más ni menos que la destrucción de toda tu vida, porque te encontrás sola, con lo puesto roto, en el medio del océano, a kilómetros de casa, sin un teléfono, sin nada. No se me ocurrió hacer otra cosa después de unas 20 horas que más o menos logré reaccionar que tenía que hacer algo", dijo.
"Es muy difícil estar en pie en ese momento con todo lo que te viene pasando para decir "me quedo de víctima" o "me quedo de damnificado", pero bueno de algún lado, en algún momento, lo tenés que elegir. Una vez que estás puesto en lugar de víctima, es prácticamente imposible salir de ahí. Por decisión propia uno puede, pero es muy complejo".
"El haber estado de cara con la muerte, mirarla muy de cerquita, prácticamente sentir el perfume , te hace aprender un par de cositas. Aprendés a tomarte 5 minutos antes de tirar todo por la borda porque en un punto no te puede pasar nada peor".
"Por otro lado aprendés a medir la distancia, la real importancia de la situación para decidir lo hago, no lo hago. A veces hasta me sigo quejando, no soy Dios, me sigo quejando porque se me quiebra una uña cuando tengo que salir. Eso no cambia, pero sobre todo hoy después de siete años, el apoyo incondicional de seres entrañables que estuvieron conmigo desde el día cero... Son las personas me fueron a buscar y que estuvieron en el peor momento de mi vida. Al lado mío".
"Años de terapia invertida, horas de terapia invertida me dejan algunas cosas de aprendizaje. Una: que desgraciadamente las personas aprendemos de las cosas malas que nos pasan y vamos por la vida sin disfrutar de las cosas que nos hacen felices, día a día. Ir a la plaza 10 minutos a tomar sol, y no lo hacemos porque tenemos que producir. Entonces cuando no las puedas tener, es cuando las vas a valorar. Dos: que por más que se toque fondo, sea quien sea, siempre se puede salir. Es una cuestión de actitud más allá del apoyo que uno puede tener. Tres: la más importante es aprender que las cosas malas no solo le pasan a los otros, sino que nosotros somos el otro, o sea no quedamos fuera de ninguna excepción, no estamos de ninguna excepción lo que vamos fuera de nada".
"Aunque el camino a veces no nos permita elegir siempre, vale la pena transitarlo, aunque más bien los más grandes miedos estén a tu espalda siempre se pueden vencer... Como me pasó a mí con el agua, por más largo que sea el camino. Hoy, mañana y siempre voy a insistir en que vale la pena estar vivo".
Nota de redacción: esta nota salió en Para Ti el 19/1072012. Carolina dio la charla tedX Rosario en 2011.
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