Gabriel Rolón tiene millones de libros y miles de horas de pantalla. Pero detrás de esa imagen de hombre sabio, hay una historia a punto de cumplir 60 años, con detalles hasta ahora pocos conocidos del psicólogo, como que le dieron 7 días de vida. "Puede vivir siete días, siete semanas, siete meses", le sentenciaron a sus padres apenas nació: tenía una cardiopatía congénita y el matrimonio ya había perdido una hija, así lo cuenta la periodista Mar Zucchi en Clarín en una especie de biografía que hizo del especialista en Psicología y que el próximo 1° de noviembre estará entrando en las sexta década.
Aquel pronóstico hizo que los padres criaran a sus hijos entre algodones. Hasta que un médico les dijo: "Se va a morir de cualquier otra cosa, déjenlo en paz". Pero aquella cardiopatía marcó el rumbo de su vida: "Eso fomentó el estudio y no el movimiento. Metafóricamente, terminé trabajando en cosas relacionadas al corazón", dice.
Pero cree que su vocación tiene su raíz en un hecho que lo antecede a él: su papá que era albañil creció en un orfanato durante nueve años porque su mamá no tenía recursos económicos suficientes para mantenerlo. "Siempre he pensado que el motivo de mi profesión psicoanalista nace de ahí. Él era el más grande de los varones y decidieron internarlo porque no podían mantenerlo. El lugar tenía una hermosa biblioteca y papá leía mucho. Era un albañil que leía a Tolstoi. Me inculcó el respeto, el amor por los libros, y la consideración con la soledad y el dolor del otro. Él tenía una tristeza eterna", explicó.
Sin embargo, la idea de anotarse en la carrera de Psicología nació a los 27 años pero le daba miedo recibirse después de los 30. Entonces su padre lo animó: "No vas a detener el tiempo porque no estudies. Vos decidís cómo querés que te encuentren los 30, hijo". Y aquella frase obró maravillas. Para costear la facultad, tenía 5 trabajos: fue preceptor, profesor de música, trabajaba en un frigorífico, tocaba la guitarra con cantantes y preparaba alumnos para la facultad.
Su papá murió en 1998 pero antes disfrutó verlo con el título de psicólogo en la mano. Ni bien le entregaron el diploma, Gabriel se subió a un taxi para ir directamente a ver a su papá en la obra donde era capataz. "Esto es para vos, papá", le gritó ni bien se bajó del auto. Orgulloso, su papá le retrucó con otro grito: "Este es mi hijo el doctor", le dijo a sus obreros. Y seguramente en ese instante sus ojos dejaron de lado aquella tristeza inexplicable que Gabriel recuerda que siempre encontraba en su mirada.