Cuando ella tenía 10 años y él 12, mientras compartían clases de música de la profesora Matilde, jamás imaginaron que un día, años después, la vida uniría sus corazones de la manera más tierna.
Ella tomaba clases de canto. Su nombre, Nancy. Era fanática de Festilindo y le rogó a su mamá que la anotara con la profe del barrio para que le enseñara a perfeccionar un talento que tenía naturalmente. En cambio Germán ya dominaba bastante el piano y solía tocar algunas melodías sobre las que su compañera ponía la voz.
Para Nancy él era el chico más lindo del mundo pero le tenía una vergüenza atroz. Si le tenía que decir algo, le salía un hilito de voz. Solamente era capaz de elevarla (y lucirse) cuando cantaba: eso nunca la puso nerviosa. Aunque sí las críticas que Germán le hacía todo el tiempo. Nancy, resignada, sabía que era un caso perdido: se iba a morir amando a ese "pibe maldito" que jamás le daría bola.
Vivían a pocas cuadras de distancia y solían cruzarse de vez en cuando salían a la vereda. Germán sabía que Nancy andaba en patines los domingos por la tarde: aprovechaba para visitar a uno de sus amigos que vivían en la cuadra de ella y se quedaban tirados en el pasto hablando de todos los temas, pero principalmente, de cómo le gustaba Nancy (sobre todo cuando la hacía enojar).
Se gustaban mutuamente pero lo ignoraban. No se lo decían. Y estuvieron así durante años. El tiempo fue pasando, los dos dejaron de ir a música y comenzaron la secundaria en colegios diferentes. Se seguían cruzando en el barrio, ahora se saludaban con más onda, y a los dos se les aceleraba fuerte el corazón al verse. Si bien cada uno andaba en la suya, nunca dejaron de gustarse en secreto.
Los años noventa transcurrían furiosos, musicalizados por los Red Hot Chilli Peppers, Nirvana, Los Pericos y Soda Stereo, solamente por nombrar algunas de las míticas bandas que florencieron en aquellos tiempos. Tanto Nancy como Germán siguieron amando la música y tomando clases por separado. De vez en cuando recordaban sus días en lo de la señorita Matilde.
Cuando estaba por terminar el secundario, Nancy comenzó a tomar clases en Capital: los sábados a la mañana (tempranísimo) tomaba el colectivo a dos cuadras de su casa, en Bernal. La parada quedaba en la esquina de la casa de Germán. Algunas veces lo veía llegar, entrando el auto de su papá en la cochera después de salir con sus amigos. O quizás con alguna chica (pensaba Nancy, un poco triste). Y recordaba su diario íntimo lleno de las poesías que le había escrito, de cartelitos con su nombre decorados con brillantina y papel glasé. Y, claro, "el" tesoro: el evoltorio del caramelo que él le había regalado el 22 de septiembre de 1993.
Aquel sábado de otoño, al regresar a casa después de música, almorzó en su habitación mientras miraba algo de tele. De pronto, un grito de su mamá: -¡Nancy, levantá el teléfono! Te llama un chico. La joven de 18 años accedió y tras decir "hola" escuchó la voz de alguien que la saludaba desde el otro lado de la línea. No se presentó, le dijo que se quedara tranquila, pero que por ahora prefería mantener su identidad en secreto. Le contó que se conocían hace años y que nunca había dejado de pensar en ella.
Nancy no tenía idea de quién era ese galán que le hacía chistes y que la conocía bastante. Hablaron durante casi una hora. Él le propuso encontrarse en el boliche del centro, ya que esa noche había una fiesta de egresados a la que "iba todo el mundo". Ella aceptó pero, antes, le hizo una advertencia: le agradeció mucho todas las cosas lindas que le había dicho pero le confesó que desde que era muy chica estaba enamorada de un vecino con el que tomaba clases de música. Que seguía pensando en él aunque no a registrara, y que no se hiciera ilusiones. Quedaron en encontrarse 12,30 en la puerta de los baños del boliche. Luego, se despidieron.
Estuvo toda la tarde pensando en quién podía llegar a ser su enamorado. Ella creía que era uno de los pibes que pasaban caminando por su casa todas las tardes con el que sus amigas le querían "hacer pata". Como no quiso ser maleducada, por eso accedió a encontrarse con él en la fiesta y charlar un rato.
Llamó a su amiga, Andrea, y le contó todo. Después planificaron qué se iban a poner esa noche y quedaron en pasarse a buscar tipo 11 de la noche. Nancy comenzaba a ponerse un poco nerviosa.
A eso de las 12, las chicas estaban adentro del boliche con su grupo de amigas y amigos. Tomaron algo, bailaron, Nancy le contó al resto sobre su próximo encuentro. A eso de las 12,25 comenzó a caminar entre la gente en dirección al baño.
De camino se encontró con un grupo de pibes, los del barrio, esos que se juntaban con... ¡Germán! Cuando miró hacia el punto de encuentro, divisó al chico de sus sueños, que la esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. Ella sintió que el corazón le latía con mucha fuerza, como cuando tomaba clases con la profesora Matilde. No podía creer lo que estaba viendo.
Se dijeron un "hola" nervioso, un beso en la mejilla y se quedaron, mirándose, en silencio. Él le dijo que casi se desmaya cuando ella le había dicho por teléfono de quién estaba enamorada. Ella reconoció que se había "mandado re al frente", con una risita nerviosa. Ya sin nada que decir, se miraron una vez más y se fundieron en un beso, el más dulce y hermoso que habían sentido jamás. Ese día nació para ellos, el primer amor. Ese que jamás se olvida, que se siente con cada fibra del corazón y que deja una huella imborrable.
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