Animados por la eterna calidez de los uruguayos, y conociendo que en tierra oriental cada una de las cuatro estaciones tiene su magia, resolvimos diluir la fatiga porteña con un buen descanso en la ciudad de Montevideo.
Los pasajes, por el feriado largo estaban casi agotados entre ambas márgenes del río, pero ya habíamos decidido utilizar el ferry para llevar nuestro coche en la bodega y poder movilizarnos una vez desembarcados en tierra uruguaya.
Mucha gente! Pareciera que un buen porcentaje de turistas embarcados ya comenzaban los preparativos para el próximo verano.
Luego de una monótona travesía de casi tres horas de navegación, arribamos al puerto de Montevideo; a esa costa donde el agua marrón del río se mezcla con el azul del océano Atlántico; a esa ciudad vecina en la que muchos barrios se asemejan a los de Buenos Aires, pero mucho más tranquilos.
Las orillas de Montevideo dan al Río de la Plata y sus arenas blancas invitan a disfrutar de paseos y largas caminatas por las ramblas, senderos paralelos a las costas que serpentean durante 20 km y van cambiando de nombre mientras unen diversos barrios.
Recorrer las ramblas fue una buena forma de conocer los barrios Ciudad Vieja, Barrio Sur, Palermo, Parque Rodó, con caminos que rodean el lago y esculturas, Punta Carretas, Pocitos, Buceo, y Carrasco -el San Isidro porteño de Montevideo- con calles casi vacías, muy arboladas y silenciosas.
Durante los días de sol, los senderos de la rambla se llenaron de gente que se acercó a pasear por la playa. Tímidamente, comenzaron a abrir y refaccionar algunos pequeños paradores de la playa. De un lado, el río; y frente a él, gran cantidad de parques y espacios arbolados al aire libre.
Si bien en la Ciudad Vieja donde casi no hay semáforos, los autos frenan igual priorizando el cruce del peatón, pareciera existir una excepción a esta regla con el caótico tránsito que circulaba cerca de las ramblas.
Visitamos Playa de Pocitos, uno de los lugares céntricos más concurridos de la ciudad; su nombre viene de la época en la que las lavanderas iban a lavar ropa a las aguas del río y hacían pozos sobre la arena.
Me sentí dentro de una capital moderna, donde las playas, las reuniones internaciones, las de trabajo y diversas actividades artístico- culturales se entremezclaban armónicamente. Y a medida que la fui conociendo más, la percibí también como una ciudad de contrastes.
Contrastan los pocos edificios recuperados de la Ciudad Vieja con la prolijidad de los barrios de El Prado y Carrasco, ambos de calles arboladas y grandes casas detrás de sus rejas.
Contrasta que su casco colonial que pareciera haber recibido en tiempos pasados un pequeño impulso, y que ese avance inicial, por desconocidas situaciones, se haya visto demorado. La refacción de esos edificios coloniales podrían haberle dado un detalle de armonía a la capital tan visitada por turistas. Al día de hoy una apreciable cantidad de locales continúan cerrados, con redes de protección por probables desmoronamientos.
Esa mañana, salī a recorrer la Plaza de la Independencia; la crucé rumbo al Casco Viejo pasando por la Puerta de la Ciudadela, que marca el límite entre la nueva y vieja ciudad.
La Plaza Independencia rodeada de hoteles tiene el beneficio de ser escoltada por Artigas (prócer uruguayo); convive en sus alrededores con la Ciudad Vieja, con reuniones corporativas y con el paso fugaz de comerciantes entremezclados con grupos de turistas e itinerantes hombres y mujeres de negocios. Y si bien dicen que el mate es parte del cuerpo de los uruguayos, lo cierto es que durante esa semana no había tanta gente que cumpliera con la tradición heredada de los gauchos del siglo pasado de beber el agua de las hojas de yerba.
Después de atravesar la Puerta de la Ciudadela, continuamos por la peatonal Sarandí, gozando del día mientras caminábamos en medio de restaurantes, negocios, artistas callejeros, locales de antigüedades, cafés clásicos y puestos de venta de artesanías y mates.
En su recorrido pasamos por la Catedral metropolitana, antigua Iglesia Matriz de la época colonial situada a un lado de la Plaza Constitución en la cual los fines de semana se arma una feria de artesanías, muy similar a la feria de San Telmo en Buenos Aires.
Unas cuadras más adelante, sobre la misma peatonal, nos encontramos con el Patio Mainumby; se trata de un jardín nativo urbano creado para la comunidad en el que se desarrolla tanto cultura como arte. Contiene un espacio de expresión musical llamado “pared sonora” con elementos reciclados que combinan música, juego y cuidado del medio ambiente. Asimismo posee una huerta comunitaria.
Continuando por la peatonal, observamos muchas paredes grises a las que han vestido de fiesta los artistas callejeros con sus pinceles y darle así color a esa zona olvidada por algunos montevideanos. Los artistas dan nueva vida a muros y casas que aún resisten de pie el paso del tiempo.
En unas cuadras más abandonamos la peatonal Sarandí y nos desviamos hacia el Mercado del Puerto, lugar muy pintoresco que agrupa restaurantes y puestos de comida típica uruguaya. Finalizamos el recorrido por la Ciudad Vieja, un barrio que no ha sido olvidado ni por el turista ni por la historia, pero sí por el presente. Sus fachadas parecen estar esperando la mirada bondadosa de los gobernantes.
Una mañana de lluvia, frío y viento fuimos a conocer el Barrio Sur, destacado por ser la cuna del candombe. Quizás el día destemplado hizo que los habitantes del barrio buscaran refugio en el caserío pintado con vivos colores, que llaman la atención del turista. ¿Otro barrio olvidado? Tal vez no parezca un sitio confortable para proteger su historia, su cultura y el origen africano de los primeros esclavos. Cabe destacar que los antepasados que habitaron el barrio se reunían en el lugar en sesiones de candombe alrededor de los conventillos (ahora desalojados por cuestiones de seguridad) cercanos a la calle Carlos Gardel.
Pero, a pesar de todo, como sin llamada no hay candombe, ellos continuaron con su tradicional música de tamboriles los fines de semana, envueltos en un ambiente de diversión y entusiasmados participantes.
Lo que se denominan llamadas es un modo de comunicación entre personas que están a distancia para invitarlas a participar del festejo y, además, de la comparsa a realizarse el próximo carnaval.
Y así, después de haber pasado unos días en Uruguay, el país de las mujeres poetas nos sorprendió con un bello atardecer en el río y nos despidió con las palabras de la escritora Circe Maia: “Hay una sensación de que los días pasan a más velocidad y que no hay tiempo de muchas despedidas.”
Raudamente dejamos los cielos de Montevideo para embarcamos en el ferry que estaba pronto a partir para Buenos Aires.