El cáncer de mama también me tocó a mí. Sin casos previos en mi familia, llevando una vida bastante sana... y sin explicaciones. Me tocó porque toca, porque -sin meterme en cuestiones técnicas y estadísticas que desconozco- creo que 1 de cada 8 mujeres tenemos la posibilidad de tenerlo y, bueno, fui una de las "elegidas". Y desde que corroboré lo importante que es hacerse los controles, lo repito hasta el hartazgo para que nadie se olvide ni se postergue.
Un diciembre de 2016, esos de agendas cargadas y días que pasan volando, fui a hacerme los estudios de rutina. Recuerdo que no tenía ganas y muchas cosas que hacer, pero decidí no perder el turno porque iba a ser para peor. Cuánto me agradecería a mí misma haber tomado esa decisión algunas semanas después. Y creo que toda la vida.
Durante la ecografía, la médica encontró una "manchita" en mi mama derecha y me dijo: "Hay que ocuparse, no preocuparse", palabras que guardaré por siempre en mi memoria, junto con otras tantas que llegarían tiempo después. Cuando retiré los estudios, leí en el informe que recomendaba "punción". El dato interesante: en la mamografía no salió nada, y eso me dio algo de esperanza.
Días después, mientras me preparaban para hacerme esa práctica, se sumó otra frase para el recuerdo: "Si es, está agarrado muy a tiempo". Me corrió un frío por la espalda. Ni se me había ocurrido pensar en esa posibilidad pese a estar en un quirófano por hacerme ese estudio de diagóstico.
Más de un mes después, un 23 de febrero, fui a retirar el resultado. Me temblaban las manos al abrir el sobre y mis ojos no daban crédito al diagnóstico que se leía al lado de mi nombre: carcinoma ductal invasivo. Juro que leí varias veces si el remitente estaba bien. La sensación de aquel instante fue la de caer al vacío. No me desmayé porque mi hija Juana, que en ese momento tenía 9 años, estaba conmigo. Nos acercamos al auto, en el que me esperaban mi marido, Pablo, y mi hijo mayor, Franco, de 13. Cómo sería mi expresión, que me preguntaban con insistencia si me había pasado algo. Respondí negando con la cabeza porque no me salía la voz.
En el auto tuve la necesidad de mensajearme con mi prima, Dani. Le dije por arriba lo que había leído (y que no podía comprender) y quedamos en hablar más tarde. Ella sería uno de mis pilares en lo que vendría después. Cuando pude encontrar privacidad me comuniqué con Juan, el ginecólogo y obstetra del que las dos éramos pacientes. Le leí el diagnóstico, noté que hizo un silencio. Sus palabras exactas fueron: "Bueno, lo tenés, Flor, pero te juro por mis hijas que te vas a curar". Creí en esa frase -que aún hoy me emociona, mientras escribo estas líneas- con cada célula de mi cuerpo. Al otro día lo fui a ver personalmente y ya me dio un plan de acción: estudios previos, cirugía. Lo tomé como la "tarea para el hogar" y -como siempre fui buena alumna- puse manos a la obra de inmediato.
Con Pablo a mi lado, sosteniéndome con firmeza, tomé coraje para contárselo a mi familia y amigos. Un paso difícil: yo ya estaba asimilando lo que venía y no quería entristecer a nadie. Así que, sabiendo qué tenía que hacer para curarme (dato esencial para que la charla no sea tan bajón), fui compartiendo la noticia con mis hermanos, mis padres y todos mis seres queridos. Y si bien nunca olvidaré sus caras desencajadas cuando le di la noticia, sé que todos ellos -cada uno desde su lugar- fueron esa ola de contención y energía positiva que me sostuvieron todo el tiempo. Como mi otra prima, Mayra, que fue también mi guía espiritual.
El 31 de marzo me operé y lo primero que me dijo Juan cuando reaccioné de la anestesia fue: "Estás curada". Yo no podía parar de sonreír y de ver la vida con los colores más hermosos. Fue un momento mágico y una sensación de felicidad plena que aún hoy experimento si me remonto a ese momento.
Ver al oncólogo, el siguiente paso. Juan me recomendó a Máximo, mi otro héroe. Una primera entrevista a la que fui algo nerviosa pero dispuesta a todo: mi único fin era la curación total. Una charla de poco más de una hora, franca y cálida, me dio la tranquilidad de saber qué venía: rayos y tamoxifeno durante 5 años. Me indicó un novedoso estudio que determinaba si era necesario o no pasar por la quimioterapia. ¿Adivinen quién tuvo la enorme fortuna de evitarla por el resultado obtenido? Sí, yo. Otro motivo para festejar a lo grande.
A fines de agosto de 2017 terminé las 40 sesiones de rayos y en octubre empecé a tomar el tamoxifeno. Puedo decirles con absoluta franqueza que, salvo ese día que recibí el diagnóstico, nunca estuve triste. Tampoco me enojé con el cáncer: por consejo de mi papá, que venció por knockout al cáncer de pulmón, le agradecí por venir a darme una lección que tenía que aprender y también le dije que no tenía nada que ver conmigo. Nunca lo increpé ni lo traté mal, tampoco le pregunté: "¿Por qué a mí?". Al contrario, me sentí suertuda por haberlo encontrado a tiempo, por haber tenido las médicas y médicos que me acompañaron y por la oleada de amor que recibí y que me sostuvo en todo momento.
Entendí que de todo esto tenía que sacar algo positivo, además de la alegría de haberme curado. Y es que vos, que estás del otro lado, leas este testimonio y vayas a sacar turno para hacerte los chequeos. Sí, me autoproclamo "vocera de los centros de diagnóstico por imagen" del país y, ¿por qué no? del mundo. Nunca los postergues porque, si te toca, lo mejor es que te enteres lo antes posible para que puedas hacer algo al respecto.
Por favor, repito, no te postergues. Buscá médicos con los que te sientas cómoda, no te conformes si percibís algo que no te cierra. Rodeate de amor. Y si te toca, peleá con todas tus fuerzas. Por respeto a las que no pudieron, las que podemos tenemos que darle batalla con todo. Y, además, hablá con tu médico y contale mi caso, porque entendí que es ideal que en cada chequeo te hagas la mamografía y la ecografía mamaria, porque son estudios complementarios.
Hoy, con 43 años, soy parte del increíble staff de Para Ti y tengo el honor de escribir esta columna en este día tan especial. Es un sueño hecho realidad y me siento súper afortunada y agradecida de hacerlo.
La única cosa que me molestó un poco fue que una de mis amigas no me hizo caso: creí que les había dejado en claro que en mi grupo, el "cupo de cáncer de mama" era de mi exclusividad. Pero, el año pasado, Andy se hizo la rebelde y recibió un diagnóstico parecido al mío. Uf, ahí me di cuenta lo que se sufre estando del otro lado. Traté de acompañarla en casa paso, sin invadirla y dejando que ella atraviese su propia experiencia. Y lo hizo como una leona, como una guerrera. La tuvo que pelear más que yo y es por eso que la admiro profundamente. En medio de la pandemia ella venció al cáncer y hoy está curada. Y es a ella, a quien conozco desde los 9 años, a quien le dedico estas palabras y le agradezco por haber hecho todo para curarse.