Eva de Dominici debió atravesar un profundo desarraigo al irse a vivir a Los Angeles, estar lejos de su hogar y con una pareja reciente. En diálogo con Infobae, Eva reconoció: "Sí, claro. Lloré. Y lloro. Soy sensible y triste por momentos. Falta esa sal del día a día. Del: ‘Hey, pá, ¿te venís a comer un asado?’. Pero mi realidad no es la de un inmigrante en busca de oportunidades. Yo elegí formar una familia. Hice de ella mi lugar".
Aunque uno de los momentos más duros que le tocó vivir, fue el comienzo de su maternidad: "Ni la gestación ni el parto fueron tránsitos románticos. La maternidad me conectó con la vida, pero también con la muerte. Con la idea de finitud. Con la certeza de que mi hijo algún día morirá. Una contradicción a la gran experiencia, al acto de valentía que significa ser mamá".
El miedo se acrecentó cuando Eva de Dominici estaba casi entrando al segundo trimestre del embarazo, y recibió un llamado de un médico genetista advirtiéndole sobre la presencia de dos mutaciones en su ADN, concernientes al área cerebral y renal. "En resumidas cuentas, si Eduardo (el papá del bebé) tenía al menos alguna de ellas, había 25% de probabilidades de que el nacimiento el bebé tuviese un pronóstico fatal. Durante el mes y medio que tardaron en llegar los resultados de la punción, estuve ida por la incertidumbre. Entramos en una burbuja de silencio. Nos costaba comunicarlo, compartirlo. Y lo atravesamos como pudimos", relató Eva, recordando este oscuro momento de la pareja.
El fantasma de finalizar el embarazo
Y luego reveló: "No hubiera seguido el embarazo de ninguna manera si mi hijo hubiera tenido pocas probabilidades de vivir. Yo apoyo la ciencia y la medicina. Cada uno lo lleva como puede y piensa lo que piensa. Pero si el hubiera tenido un problema yo no hubiera seguido, se tiene que tomar como un tema de salud y salud pública y las mujeres tienen que tener esa posibilidad".