Gabriela Arias Uriburu es una mujer resiliente y luchadora. Activista por los derechos humanos, vivió un infierno y batalló durante años para recuperar a sus hijos, Karim, Zahira y Sharif, hoy tres adultos.
Esta mujer que hoy tiene 58 años se convirtió en un ejemplo de resiliencia por su largo peregrinar para mantener el vínculo con sus hijos, volver a verlos y mantener un contacto periódico con ellos, después que su ex marido Imad Shaban se los llevara a vivir a Jordania cuando eran pequeños y sin darle ningún tipo de aviso a ella.
A partir de ese momento -por meses Gabriela no supo dónde estaban los chicos-, ella batalló con todas las herramientas legales a su disposición para volver a verlos, mientras que internamente, se dispuso a hacer un trabajo muy profundo de superación personal para mantenerse en pie y lograr 'salir del vacío', como ella misma dice.
El presente de Gabriela Arias Uriburu: nuevamente enamorada
Ya recuperada, convertida en una escritora y ferviente seguidora de terapias alternativas que la ayudaron a salir adelante, Arias Uriburu se permitió volver a creer en el amor.
"Sí, estoy enamorada", reveló en una nota de Hola! Argentina. Y agregó: "Pero lo digo con cautela porque para mí el amor es un temón que también tengo que trabajar".
Y es lógico que esta mujer valiente y resiliente, reaccione así y no quiera hablar sobre el tema, ya que ha sufrido mucho por amor. Fue su propio ex marido, Imad Shaban, quien se llevó a sus hijos a vivir a Jordania cuando los tres eran muy pequeños.
Fue en su reciente libro, presentado hace pocos meses, "Vínculos II, si estás vivo se puede", donde la escritora y activista por los derechos humanos, brindó consejos de superación personal y relató aspectos desconocidos de su batalla por recuperar a sus hijos, Karim, Zahira y Sharif.
Gabriela Arias Uriburu y uno de sus relatos más fuertes: qué pasó cuando Imad Shaban desapareció con sus hijos
"Cuando Imad desapareció con nuestro hijos, quedé en un literal vacío. Entré en un caos y, allí, en el agujero negro al que llamé vacío de creación", dice en "Vínculos II".
"Aquí me voy a permitir hacer un paralelismo con cómo se crean las cosas en el Universo. Lo que más hay en el universo es vacío. Un vacío que no está en verdad vacío, pero al que igual llamamos vacío creador. Parece un trabalenguas, pero es así. Es grancias a ese como pueden nacer las cosas", continúa.
"A partir de ese suceso trágico, caí en ese agujero negro. Lo más importante fue dejarme caer. Allí empezaron a ocurrir -y sin parar-, experiencias en el campo sutil, en el universo espiritual. Los chicos estaban desaparecidos, pero se hicieron presentes: empezaron a hablarme adentro, a través de los sueños, que venían cargados de información. El inconsciente comenzó a hablarme, a darme información que yo tenía que traducir, porque la vida no es literal ni lineal", prosigue.
"Empezaron a hacerse presentes todas las huellas vinculare: a través de canciones, de sueños, de telepatía, comenzó a desplegarse el mundo de la sincronía. Desperté a otra forma de vida, como he relatado en mis libros anteriores. Es es lo que yo llamo universo vinculante: ese fue el lugar donde me encontré con mis hijos antes de nuestro encuentro piel a piel", relata.
"Lo que ocurría en Jordania llegaba a Argentina (...) Cuando nos volvimos a ver físicamente con los chicos, no hubo distancia, lo que hubo fue una fiesta. Yo no fui a vincularme con ellos, fui directamente a abrazarlos. Todo lo que vivimos es ese año, en esa aparente distancia, fue sintetizado en un instante. La tragedia logró su gran cometido: encontrarnos y hacerlo verdaderamente desde el alma. Sin ego, sin furia, sin enojo, sin violencia, en el estado más puro del amor", agregó.
"Se me rompió el corazón, pero fue para que se expandiera a más amor"
En otro de los capítulos de su nuevo libro, la autora dice: "Antes del suceso, yo amaba a mis hijos 'para mi', los consideraba míos. Cuando Imad se los llevó, me di cuenta de que la forma en que los amaba no me alcanzaba y me tuve que lanzar a amar como la historia me lo pidió. Se me rompió el corazón, pero fue para que se expandiera a más amor. La oportunidad de crear esa nueva forma de amar es a través de habitar el vacío que alberba tantos posibilitantes.
Y agrega: "Y así fue como el amor grande se hizo presente, sin peros, sin tiempo, sin espacio. El amor es, y me mostró que acompaña a todos, más allá de las circunstancias y las distancias".
"Culpé a Dios de mi dolor y empecé a hacer todo con resentimiento"
"Cuando ocurrió mi herida familiar, cada uno tuvo su propia vivencia con eso. La herida que se produjo con la desaparición de nuestros hijos hizo que, en primera instancia, se produjera un quiebre en mí. Culpé Dios de mi dolor y eso, de alguna manera fue culpar a mi espiritualidad. Y entonces ocurrió que me contraje y empecé a hacer todo con resentimiento, enojada con la vida y culpabilizando al mundo. Vivir era para mi sinónimo de encontrarme con lo que se habían llevado", dice Gabriela en su libro.
"Fue increíbles porque, cuanto más enojada estaba con Dios, más se manifestaba lo espiritual y el vacío creador a mi alrededor. Los momentos de mayor oscuridad traen aparejados los momentos de mayor luz. En la desaparición de los chicos se generó un trauma; el fantasma de la pérdida lo llamé", continuó.
"Paradójicamente, eso me daba lo necesario para comunicarme con ellos: en ese vacío podía encontrarlos. (...) Encontrarse con los fantasmas, la culpa, el trauma o el enojo, es el primer paso para abrirse a lo sagrado. A mi me llevó un largo recorrido. Volver a confiar en la vida y en mi espíritu. Me di cuenta que seguirán pasando cosas, en la vida, en la muerte y en los puntos intermedios, pero no por eso voy a hacerme a un costado y privarme de la maravillosa experiencia que es vivir", afirma.