Juana Libedinsky y el drama que convirtió unas vacaciones soñadas en pesadilla
 

Juana Libedinsky y el drama que convirtió unas vacaciones soñadas en pesadilla: "Mi marido se moría o podía quedar en estado vegetativo"

La periodista acaba de lanzar "Cuesta abajo", donde cuenta el accidente que vivió su marido Conrado mientras esquiaba en Bariloche y que lo dejó al borde de la muerte. Sólo había un 10% de probabilidades de que se recuperara, pero lo hizo. El episodio la marcó tanto que ella necesitó plasmarlo en un libro. 
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Unas vacaciones en la montaña que debían terminar con un final feliz, desencadenó otra historia diferente e inimaginable. Una pesadilla. Esto es lo que cuenta la periodista Juana Libedinsky en su libro "Cuesta abajo", donde habla acerca del accidente que sufrió su marido, el abogado Conrado Tenaglia, en 2019, mientras esquiaba con sus dos hijos, de 8 y 10 años, en Bariloche.

Juanita Libedensky
Juana Libedinsky acaba de lanzar su libro "Cuesta abajo".

"Empezó a rodar y allí se le salió el casco. En uno de los rebotes, se va de cabeza contra una piedra y después, cae sobre un arroyo congelado", contó la escritora en exclusiva con Para Ti. Cuando llegaron al hospital, le dijeron que su esposo tenía un traumatismo craneoencefálico grave y una lesión axonal difusa. Sólo tenía un 10% de probabilidades de recuperar la conciencia.

Libedinsky vivía en Nueva York con su familia. Luego de este suceso, se vio obligada a instalarse en Buenos Aires, donde Tenaglia estuvo 40 días internado en el Sanatorio Mater Dei. Asimismo, inscribió a sus hijos en una escuela y se cargó al hombro la situación.

A pesar de que las pocas posibilidades de recuperación que los médicos le daban a su esposo, él de a poco fue reaccionando y reestableciéndose. "De a poco, hubo distintas partes del cuerpo que fueron avanzando", explicó la periodista.

Hoy, Juana a poco de haber lanzado su libro "Cuesta abajo", habla con Para Ti sentada en el living del departamento que craneó y construyó su papá, el emblemático arquitecto Carlos Libedinsky que tantas casas hizo en Punta del Este.

- ¿Cómo fue el accidente que casi termina con la vida de tu marido?

- Mi marido, Conrado, es un abogado y trabaja para un despacho inglés. Hace cosas para América Latina, por lo que, a lo largo de los años, nos fueron mudando por distintos países, pero religiosamente siempre nos íbamos de vacaciones a Bariloche. Nos encanta Bariloche, más que nada porque mis padres fueron de los primeros que hicieron una casa allí y quedó la tradición familiar. Era mi lugar feliz.

Juanita Libedensky
Luego del accidente, Juana Libedinsky envió a sus hijos a esquiar para que perdieran el miedo.

Lo que sucedió fue que, en el 2019, estábamos esquiando y, en un momento, Conrado perdió el control. No sabemos si es que no había tanta nieve, por lo que pudo haber una caña o algo, o si es que era hielo cubierto por como una capa finita de nieve, pero perdió el control y fue como en los dibujitos animados.

Empezó a rodar y allí se le salió el casco. En uno de los rebotes, se va de cabeza contra una piedra y después, cae sobre un arroyo congelado. Estábamos con un profesor de esquí que adoramos, Ignacio, que se lanzó para sostenerlo y lo mantuvo ahí. Lo sostuvo al borde del arroyo mientras llamaba a la patrulla, rezando para que las ramitas que lo sostenían no se diesen y terminasen encima en el arroyo.

- ¿Y vos estabas con él cuando ocurrió el accidente?

- Estábamos esquiando juntos, pero yo ya estaba más abajo, entonces no vi la caída, pero Ignacio, el profesor de esquí que estaba con él cuando cayó, me gritó. Fui a la base, llamé a la patrulla y esperé ahí. Así que todo lo que le sucedió a él en el accidente me lo contó el profesor porque no lo vi.

Después, cuando fuimos al hospital, me dijeron que tenía dos cosas: por un lado, un traumatismo craneoencefálico grave y por otro lado una lesión axonal difusa. El primero te daba un 90% de muerte o estado vegetativo, entonces tenía que ponerme a actuar sin perder tiempo.

Nosotros vivíamos en Estados Unidos, mis chicos que tenían 8 y 10 años, hablan castellano perfecto, pero no leían ni escribían. Desde el hospital, llamé a mi antiguo colegio de Buenos Aires, a la vieja directora y me dijo que mis hijos podían empezar ese mismo lunes. Era obvio que de ahí no nos íbamos a mover por mucho tiempo.

Juanita Libedensky
"Tenía que ponerme a actuar sin perder tiempo".

Me instalé acá y Conrado primero estuvo en el hospital de Bariloche, y después con una ambulancia aérea lo trajimos al sanatorio Mater Dei, donde estuvo 40 días en terapia intensiva. El médico a cargo de todo era el director del Hospital Fernández, Ignacio Previgliano. Tuve que tomar un montón de decisiones en fracciones de segundo... Ocuparme del colegio, la educación siempre fue una prioridad.

- ¿Pensaste que se iba a morir?

- Sí, obvio, y no era la peor alternativa porque la estadística decía que la probabilidad que había era un 90% que se muriera o quedara en estado vegetativo. Después quedaba ese 10% restante: podía quedar cuadripléjico, muy comprometido, o lo que para mí era lo más terrible de todo. Lo describen muy bien en la película "La escafandra y la mariposa", donde una persona está consciente, pero atrapada dentro de su propio cuerpo y sólo puede manejarse cerrando los ojos. Entonces, el nivel de opciones espantosas hacían que la muerte no necesariamente luciera como la peor.

Lo que cuenta el libro es toda esta historia, es una recuperación que algunos llaman milagrosa, otros dicen que es un manifiesto de lo que es la medicina argentina, otros que es producto del poder del amor y de los amigos, pero en quien yo más confío es en Ignacio Previgliano. Él dedicó toda su vida a estudiar cerebros: dice que con el cerebro nunca se sabe, que se pueden conocer algunas cosas, pero es muy distinto a cualquier otro órgano del cuerpo.

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A pesar de que se cargó todo este accidente al hombro, Juana Libedinsky nunca dejó de leer ni de jugar al tenis.

Entonces, fue todo este proceso de recuperación que nos pasaba como familia y las dos cosas que me llamaron la atención respecto a mí en este período fueron que no perdí la capacidad de leer de todo. Siempre fui una lectora muy voraz y lo mantuve exactamente igual; jugaba al tenis sin culpa. Esas dos cosas fueron clave.

- ¿Mantenías la esperanza de que él se iba a recuperar?

- Ni me ponía a pensar si tenía esperanzas o no. Era como una máquina súper eficiente de lidiar con muchos problemas. Tuve muchísima ayuda, pero el seguro médico de los Estados Unidos quería que lo mandáramos para allá y yo tenía que explicarles que era mucho más barato tenerlo acá, pero igual es como toda una burocracia que no les importaba.

Además, tenía que hacer tantas cosas e ir preparando el panorama para distintos escenarios negros posibles, así que nunca me paré ni a pensar.

- Imagino que entre las cosas que pensaste, tuviste en cuenta la probabilidad de tener que continuar tu vida como madre soltera, viuda...

- Desde el hospital empecé a llamar inmobiliarias para que averiguaran para poner nuestra casa de Nueva York en venta, la cual justo estaba en construcción. Además, mis chicos navegaban en Optimist, que son unos barquitos chiquititos, que eran su gran pasión. Y yo me puse a buscar a alguien que los venda.

Tenía que comenzar a cerrar un montón de cosas que sabía que iban a ser no sólo inmanejables, sino que además carísimas e imposibles de mantener. Fue todo de inmediato, dije: "Planteemos todo para la peor alternativa y, si después empiezan las cosas a mejorar, reajustar es mejor".

Por suerte, mis amigas se negaron a vender los barquitos, se los guardaron ellas en un garage, así que después mis chicos volvieron y los tenían. Fue un gran símbolo de cómo me equivoqué y de mi falta de fe y optimismo. Cuando uno tiene marcadas fallas, tener amigos que lo suplen en eso es lo ideal.

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Cuando sucedió el accidente, Juana Libedinsky salió a acomodar su vida por si sucedía uno de los peores escenarios.

- ¿Cómo fue el momento en el que le contaste a tus hijos del accidente?

- Fue muy duro, pero la tenía clara en que iba a ser totalmente transparente con ellos. Iban a escuchar cosas horribles y espantosas, pero nunca iban a tener la sensación de que habían secretos, o de que ellos no estaban al tanto de todo lo que pasaba y creo que les dio una gran tranquilidad.

Tanto es así que, al día siguiente del accidente, se fueron a esquiar. Los puse en la escuelita de esquí y era justo el cumpleaños de 8 de Tato, por lo que se lo celebraron en la montaña.

- ¿No te daba miedo mandarlos a esquiar?

- Ni lo pensé porque tenía que ocuparme de tantas cosas, además estaban los padres de mi marido, que eran personas mayores. Habían muchas cosas que hacer, por lo que era como coloquemos a los chicos allí y démosle algún tipo de vestigio de normalidad.

- Pero, ¿no pensaste en mandarlos a hacer otra actividad?

- No había tiempo para pensar demasiado y acá eran los profesores que conocían, los amiguitos. Además después, cuando Conrado se recuperó, volvimos a esquiar en familia. Fue mucha mala suerte, pero no les generó ningún trauma.

Luego de la recuperación de Conrado, toda la familia volvió a esquiar.

Conrado no se acuerda de nada y hay 40 días que quedaron totalmente borrados. Es más, el primer día que volvimos a esquiar en Bariloche, medio que yo iba en una mano con el bastón y una petaquita, y en la otra otro bastón y rivotril porque era la única que me acordaba de todo.

Asimismo, cuando bajamos de la primera telesilla, lo barrió un snowboarder, después se cayó del caminito de cabeza y él me saludaba como si no hubiese pasado nada, pero para mí era un baile emocional, aunque él no se acordaba de nada.

De hecho, muchas veces desilusionamos a la gente porque hay muchas cosas que uno espera de alguien que estuvo en un coma muy profundo, ya que siempre lo vimos en la tele o en las novelas. Y no nos pasó nada de eso, como por ejemplo, lo de la luz al final del túnel...

- ¿Cómo fue la recuperación de tu marido?

- Eran como distintos pasos adelante y de golpe algunos para atrás, pero lo que sí no sucedió es eso que vemos en las telenovelas, donde de repente abre los ojos y dice: "Oh esposa mía, ven a mí". Y que se vayan a la casa en el mismo momento y los reciben con globos de colores.

Lo nuestro no fue para nada así, fue muy de a poquito. De a poco se fue parando y, una vez que recuperó la conciencia, estaba el problema de la lesión axonal difusa y a mí, cuando me dijeron difusa, dije "qué bueno, suena como medio a leve", pero no. Difusa quiere decir que la lesión no se ubica en un lugar del cerebro, sino en todo el cerebro.

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"Fue muy duro, pero la tenía clara en que iba a ser totalmente transparente con ellos. Iban a escuchar cosas horribles y espantosas, pero nunca iban a tener la sensación de que habían secretos"

Los axones son los que conectan al cerebro entre sí, y con el resto del cuerpo, son como cables, y se le habían cortado por todo el cerebro, entonces básicamente era ver qué se podía reconectar, por ahí no en el mismo lado donde se había partido, sino si los axones podían encontrar formas alternativas alrededor de la parte lastimada. Entonces, de a poco hubo distintas partes del cuerpo que fueron avanzando.

Cuando ya estábamos en los Estados Unidos y él empezó a trabajar, podía refinanciar un bono latinoamericano soberano complicadísimo, pero no podía andar en bicicleta porque el equilibrio era una de estas cosas que fueron de las últimas que se solucionaron.

- ¿Qué fue lo primero que dijo tu marido cuando se despertó?

- Fue muy gracioso porque uno espera que sea algo medio novelesco y primero empezó a hablar en italiano, que era rarísimo porque aprendió de grande cuando se fue de mochilero, y después empezó a hablar sobre dólares y de un ropero, y las enfermeras me decían que su cerebro deliraba.

Algo sonaba como 2.500 y después me acordé que cada vez que venimos de vacaciones traemos plata. Él estaba preocupado por el dinero, entonces por la cifra me di cuenta que era eso de lo que hablaba, que la había dejado escondida en un ropero.

Entonces, yo le pegunté si era eso lo que le preocupaba y me empezó a decir que sí. Conociéndolo le pregunté si tenía miedo de que nos hayamos ido de Bariloche dejando deudas sin pagar porque yo no sabía dónde estaba la plata.

Juana Libedinsky y Conrado cuando le otorgaron a él el premio de "International Lawyer of the Year".

Por lo que, él me respondió que sí y yo le dije que no se preocupara, ya que había saldado todo. Aunque sí mandé a alguien a buscar la plata porque yo no sabía dónde estaba. Entonces, para mí fue impresionante porque se le iluminó la cara con una tranquilidad total y yo ahí sí pensé que se moría.

Estaba con una tranquilidad total y por ahí era como que sentía que había dejado temas sin cerrar y que eso lo que lo mantenía vivo, pero no, después anduvo bien.

- ¿Qué te pasó en el cuerpo mientras tu marido tenía que afrontar la recuperación, y vos debías sacar adelante a tu familia?

- Para mi sorpresa, cuando me pasó algo muy grave fui tremendamente eficiente e hice todo lo que había que hacer. Supongo que me podría haber paralizado, que la situación podría haber sido demasiado tremenda para poder salir adelante, pero cuando uno tiene que hacer cosas, las hace y ya.

Los médicos me decían que yo había sido tan fría y eficiente que, en algún momento, cuando volviera a haber algún vestigio de normalidad, sin duda iba a tener la conciencia profunda de todo lo que había pasado y ahí sí iba a vivir un estrés postraumático.

Juanita Libedensky
"Los médicos me decían que yo había sido tan fría y eficiente que, en algún momento, cuando volviera a haber algún vestigio de normalidad, sin duda iba a tener la conciencia profunda de todo lo que había pasado"

Sin embargo, nunca logré recuperar eso porque, cuando Conrado empezó a mejorar, mi mamá entró en coma por una peritonitis y después llegó la pandemia. Además, mi esposo tenía que recibir una medicación para el cerebro y ya estábamos en los Estados Unidos, pero esa droga no estaba aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos y, como no podíamos salir del país por el covid, y es un delito importar drogas no aprobadas, tuve que traer una de Austria que estaba hecha de proteínas de cerebros de chanchos. Pero, lo logramos y funcionó para Conrado, a pesar de que decían que no habían efectos en otros pacientes.

Después de eso, dos veces me golpearon en el subte para robarme y también fui al Consulado español a renovar el pasaporte de mis chicos y, como no había firmado unos papeles a tiempo, nos destituyeron la nacionalidad, que veníamos de vivir 10 años en Madrid. Habría sido un lujo tener el estrés postraumático, pero era una tras otra. No tenía tiempo para nada.

- ¿Y qué fue lo más duro también que tuviste que vivir durante la rehabilitación de Conrado?

- Cuando nos fuimos de acá, pasamos el verano en Punta del Este y mi marido es un gran nadador, por lo que su gran tema era volver a nadar. Él quería ir recuperando todas estas cosas. Entonces, conseguí que el médico nos autorizara, pero no estaba muy convencido.

Juanita Libedensky
"Cuando Conrado empezó a mejorar, mi mamá entró en coma por una peritonitis y después llegó la pandemia"

Justo el día que llegamos, Conrado se patina en el suelo de baldosas, se golpea la cabeza y había todo un charco de sangre. Empezamos a poner toallas, pero no se cerraba el golpe. Tuvimos que ir al sanatorio y le hicieron una tomografía.

Cuando llamé a Previgliano, no lo podía creer. No fue tan fácil. De vuelta a tomografía computada, a ver qué tenía o si tenía algo, pero parecía que no había sido nada grave interno. Después de lo de la pileta, fue salir por primera vez a la calle con una venda gigante en la cabeza, ensangrentada y era como el símbolo de todo lo que habíamos tratado de golpe. Así la gente se le acercaba a preguntarle qué le había pasado y, hasta ese entonces, si alguien no lo conocía, no sabía nada. Eso fue un golpe demoledor.

Fue muy duro para los dos. Además porque era justo antes de volver a Nueva York y para mí se suponía que ese iba a ser el momento de un poco de relax y alegría para juntar energía.

Conrado y Juana, hoy.

No obstante, allá era llegar al invierno, donde está lleno de hielo, nieve. Era volver a un trabajo que no podías hacer a medias. Si volvía a la oficina, era para hacerlo entero. Los chicos regresaban a un colegio súper competitivo.

- ¿Y en qué momento la vida volvió a ser normal?

- Uno emerge distinto después de un trauma de tal magnitud, pero para mi sorpresa reanudamos la vida muy parecido adonde estábamos, entonces en ese sentido fue sorprendentemente tranquilo.

- ¿Y tanto vos como tus hijos, en algún momento, se reprocharon el haber ido a esquiar el día del accidente?

- No porque era mi responsabilidad, ya que Bariloche era mi lugar. Yo soy la que conozco la montaña. Yo me sentía culpable, sobre todo cuando tenía que darle explicaciones a sus padres o a su hermano, dado que soy la esquiadora veterana, gran conocedora de esa montaña, era mi terreno.

Juana Libedinsky, Conrado y sus hijos meses atrás en el cine.

Aún así, considero que fue una enorme mala suerte todo lo que nos pasó, seguida por una enorme buena suerte, descomunal, pero era tan claro que Bariloche era mi lugar y no es que estaba esquiando sin casco, no es que se había ido a esquiar a Canadá con un grupo de amigos divorciados, que estaban atravesando la crisis de la mediana edad. Estaban mis padres, los chicos, un profesor de esquí, claramente habíamos tenido mucha mala suerte.

- Y así como a él le quedaron secuelas, ¿a vos qué te quedó?

- En general, no me doy cuenta, pero me da la sensación que uno es un monstruo si nunca cambia. Uno no bebe dos veces agua del mismo arroyo, ¿no? Y obviamente uno se va haciendo más grande, las circunstancias cambian y demás, pero me di cuenta que no tuvimos cambios profundos. No cambiamos de trabajo, no cambiamos de ciudad, no decidimos mudarnos a una granja o a la Patagonia a juntar manzanas.

Tampoco pasamos más tiempo con la familia, él volvió a tomarse el bus que lo lleva a Midtown, que es la zona de oficinas, y a ponerse a revisar documentos. Mis chicos volvieron a su escuela en Nueva York y yo muy contenta de estar de vuelta con la computadora trabajando en Starbucks.

- ¿Decidiste hacer tu libro como una especie de diario íntimo para plasmar todo lo que habías vivido?

- No, para nada. Me puse a escribirlo la primera parte durante la pandemia porque todo el mundo estaba escribiendo, entonces un poco por fomo, pero justo ahí mi mamá entró en coma, y fue raro porque empecé a usar mi propio libro para ayudarme a mí misma.

Juana Libedinsky junto a sus amigas presentando su libro.

El libro se llama "Cuesta Abajo" porque primero literalmente mi marido venía esquiando y se dio un palo, pero después es más metafórico, ya que la vida se ha vuelto esta especie de bola que va cuesta abajo, acumulando problemas y ahí es cuando empiezan a pasarme toda esta seguidilla de cosas rarísimas y malas en distintos niveles, y ahí ya no podía hacer nada, ni jugar al tenis.

Viví muchos años en Madrid y doy clases en una universidad de periodismo y como si alguien se hubiera iluminada, mi jefe un día me dijo "¿por qué no venís y recuperás las clases? Este año ya post pandemia las volvemos a dar presenciales".

Por ello, me fui a Madrid, donde durante el día daba clases y a la noche salía con mis amigos, que encima son periodistas o escritores. Así fue como volví a escribir y me di cuenta que había extrañado mucho trabajar, entonces ahí fue cuando decidí formalmente terminar el libro.

- Te escucho contando toda esta historia muy entera, ¿cómo hiciste para procesar o superar los duros momentos?

- A mí me encantan los libros con final feliz y me puse a leer la teoría literaria. Escribí esto, que es sobre lo que nos pasó hoy, pero lo hice como quería que fuera: un buen objeto con su propio valor literario.

Juana Libedinsky en el Malba presentando su libro.

En el proceso, encontré que, en lo que se supone que es la literatura seria, está muy mal visto el final feliz, es como que le quita dimensiones, como que se supone que no es verdadero y no refleja la verdadera vida de los seres.

Sin embargo, a mí me encantan y me parece que encima el final feliz sea simplemente haber vuelto a una normalidad, porque no es que nos iluminamos o que somos mejores persona, simplemente recuperamos la cotidianidad, y por ello estoy tan agradecida.

Por supuesto que hubo partes que fueron horribles de escribir y además revisé muchas veces el libro, cambié muchas formas, donde contaba cosa y cada vez que lo reescribía estaba esa punzada durísima. Pero me da la sensación que un libro con final feliz, en días como hoy, es un verdadero lujo y a su vez haber sido la protagonista, no me da más que estar agradecida.

- Y hoy, cuando ves a tu marido, en la cena o donde sea, y te acordás de ese momento en el que tal vez sentiste que no iban a poder recuperar su vida, ¿pensás qué suerte o qué felicidad poder abrazarte, cuando durante tantos días consideraste que no ibas a poder volver a hacerlo?

- Más bien es ¿quién se ocupa de llevar a los chicos al partido de fútbol o la clase de natación?, pero sí, siempre está la sensación de agradecimiento. Además, él es muy tranquilo, no quiere llamar la atención y le puso un esfuerzo descomunal, no sólo por recuperarse sino también por tratar de hacerlo sin molestar, sin ser el centro, así que todo esto también es como de gran generosidad de él, porque va en contra de su personalidad.

Es mi marido, pero me sigue gustando, tanto su pelo como su vestimenta y hay momentos que digo "qué bueno que estamos acá de vueltas juntos".

Juana Libedinsky en el consulado de la Argentina en Nueva York.

- ¿Pensaste en que no ibas a poder volver a tenerlo?

- Por supuesto. La estadística era nula y lo que todos los médicos nos decían, pero la vida cotidiana es mucho más fuerte que todo lo demás y más la convivencia. Asimismo, él siempre viajó muchísimo, así que tampoco había tanta convivencia.

Tampoco quiero hacer una especie de mito de que ahora estamos caminando juntos de la mano por la puesta del sol, pero me sigue gustando mucho y lo pasamos muy bien juntos. Él ahora está en Nueva York y no le mando stickers de corazones, sino que le pregunto si se ocupó de las cosas o si está controlando a los chicos.

- ¿Qué le dirías a alguien que podría estar pasando una situación parecida a la que vos atravesaste?

- De golpe mi historia empezó a circular y me empezaron a llamar personas que estaban pasando por lo mismo. Primero de todo, les diría que confíen en la medicina argentina y también que se contacten con el doctor Pervigliano.

Me llamó la atención el nivel de las enfermeras, de todo el aparato, psiconeurólogos, psicólogos que hay acá, el centro de rehabilitación. Quedé muy impresionada de lo bien que nos fue de punta a punta. Nos decían que todo lo que hicieron en Bariloche había estado muy bien y después, cuando lo hicimos rever por grandes médicos en los Estados Unidos. Todo fue impecable.

Por otra parte, cuando salió el libro, tenía tan claro que no quería que fuera ningún tipo de manual de autoayuda porque es una enorme responsabilidad y no soy nadie para decirle a alguien qué hacer en la vida.

Me escribió mucha gente contándome las cosas terribles que les habían pasado y me dijeron que se habían sentido acompañados por el libro, que les había hecho bien, como algo casi terapéutico, y que estaban muy agradecidos.

También, se contactó conmigo una persona que acompañó a su marido con cáncer y que, luego de leer mi libro, redescubrió a los clásicos griegos, que los había vuelto a leer, como a la Ilíada y la Odisea. Me llamó la atención como tanta gente estaba dispuesta a compartir esas historias y que de golpe los había entusiasmado para hacer algo similar o para ponerse a reflexionar qué les había dado de la literatura a ellos.

- ¿Y considerás que, no sólo por el accidente en sí, sino también por el libro, marcó un antes y un después en tu vida?

- Si no hubiera existido este libro, posiblemente no, porque todo quedó tan parecido, pero ahora el libro es un objeto que está teniendo su propia vida. Además, hace 15 años atrás, escribí otro muy distinto, que era una compilación de artículos periodísticos, pero esto es algo muy nuevo para mí y estoy muy entusiasmada de la recepción que está teniendo.

- Y hoy con el diario del lunes, ¿cambiarías algo?

- Sí, absolutamente. Como es un lujo y como mis padres tienen esta casa en Bariloche, tenemos ropa que compramos hace mil años y la dejamos ahí y siempre usamos lo mismo. Entonces, Conrado había sido de los primeros que había usado ese casco. Y a mí me daba tanta vergüenza, porque todos mis amigos que eran buenos esquiadores, nadie usaba casco. Y Conrado no era un esquiador demasiado bueno, pero era abogado, que vivía en Nueva York y yo decía que parecía el típico estereotipo gringo, con cero onda.

Pero, ese era el casco que había quedado. Entonces, lo que sí haría es que, si hay cosas que son de protección, hay que tomarlas con verdadera seriedad. Usar las cosas actualizadas, tener cuidado de cerrar, en el caso de un casco, cerrarlo bien. Toda esta historia posiblemente no habría pasado si el casco no se le hubiera salido.

Fotos: Chris Beliera

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