Es domingo, son las 20:00 hs Argentina y un perfecto desconocido está parado frente a la puerta de mi casa, tiene la sonrisa más llamativa que vi en mi vida ¡oh my good! ¿Por qué tiene esos dientes tan hermosos? ¡Cierre esa boca por favor, que me estoy por hiperventilar! Trae un bolso en la mano y me espera para vivir la experiencia más loca de mi vida, al menos para mí.
Lo miro sorprendida como cuando descubro un nuevo hilado. Sus ojos son una mezcla exótica entre el gris y el azul claro, se ven especiosos, tiene tintes de color canela en su piel, lleva el pelo atado, una colita un tanto desprolija que hace que se vea deliciosamente sensual, una bombacha de campo azul con una remera color verde musgo y por su cuello cuelga un collar con un majestuoso diente de jabalí.
"En el afán de protegerme fui creando mecanismos de defensa no tan sanos para mí"
Es un chico estrafalario y me llama demasiado la atención. No sé por qué, o quizás sí, porque se animó a acompañarme en la aventura del desafío conmigo misma y no cualquiera se anima a eso. Manteniendo una cierta distancia se para frente a mí, se acomoda el pelo, me mira y dice: "¿Qué hacemos? ¿Nos vamos?"
En muchísimas ocasiones me encontré fantaseando con la idea de conocer el Caribe. Pero nunca me imaginé que sucedería tan pronto. Tenía un mes y días para “prepararme”, para compartir tiempo con un hombre; ya eso era tremendo desafío para mí. En estos 5 años de soltería he descubierto muchas cosas sobre mí, he entendido la manera que tengo de manejarme ante determinadas situaciones que se han ido presentando en el camino.
Sin querer fui desarrollando una extraña manera de comportarme, me convertí en una mujer un tanto calculadora y es por eso que en el afán de protegerme fui creando mecanismos de defensa no tan sanos para mí.
El señor JJ no fue una “hermosa casualidad”, fue inteligentemente premeditado, sabía que esta historia tenia principio y final, sabía que duraría como una locura unos 15 días y tener la sabiduría de eso me daba tranquilidad. Lo que me daba tranquilidad era “tener” un cierto control de lo que pasaría por qué me daba la seguridad de adentrarme a semejante aventura, y así, tener la certeza de que nada iba a salir mal.
Es obvio que todo lo que empieza, termina, siempre… porque todo tiene un principio y un final, a veces lindo y otras no tanto, pero así es la ley de la vida y gracias a estos principios y finales aprendemos a vivir, pero sobre todo a resurgir. Pero lo irónico y gracioso es que nunca sabemos cuándo empieza ni cuando termina. Bueno… ¡esta vez sí lo sabía!
"Hasta el último día hice todo lo posible para no enfrentar al medio la situación"
Fui a México con un perfecto desconocido a encontrarme, fue pieza importante de este rompecabezas que llevo años tratando de armar. Me regaló un montón de preguntas incómodas y otros tantos silencios eternos que parecieron ser instantes, pero sobre todo me expuso a mí misma, algo que quizá de algún modo venía esquivando. Yo, justo yo… que siempre estoy llena de palabras para disparar, me di cuenta que me había quedado sin balas.
Viaje 260 km, volé por 12 horas seguidas, hice 2 escalas, tome 2 aviones para enfrentarme con mi peor enemiga y de una puta vez aceptarme tal cual soy, y hasta el último día hice todo lo posible para no enfrentar al medio la situación. Pero esperá, ya sé, no estas entendiendo de que te estoy hablando. Bueno sentate y prestá atención porque te lo voy a contar…
Tengo una enfermedad neurológica, aún no se el diagnóstico, el neurólogo dijo que “soy un bicho raro” -Sos una en un millón-. Creo que la última vez que corrí tendría 15 años, no tengo equilibrio, no puedo bailar, ni caminar muy rápido, ni subir y bajar escaleras como cualquier persona que no tenga una discapacidad lo puede llegar hacer.
Tengo una discapacidad motora que hace que mis piernas se sientan cansadas, pierdo el equilibrio de la nada y me cuesta un ovario y medio hacer caminatas largas. No puedo entrar al mar sin que alguien me sostenga fuerte de la mano, ni tampoco puedo escalar una montaña. No puedo caminar por un arroyito sin agarrarme con alma y vida a algo o alguien, ni tampoco puedo saltar.
"Entendí que da igual quien vea mi cuerpo desnudo"
A veces las personas son crueles, te miran y te preguntan, pero… ¿cómo no podés? ¡Si podés! ¡Dale, intentalo!, y no entienden por qué no puedo. No entienden que lo que más deseo en mi vida es entrar corriendo al mar, subir rápido esa escalera, correr jugando con mis hijos, bailar con mis amigas hasta el cansancio, saltar de felicidad porque algo me salió bien, hacer caminatas largas y espectaculares con la persona que amo, etc, etc, etc.
Pero no puedo… ¡No puedo! Me aterra el solo hecho de pensar en que soy una carga, una molestia o un impedimento para las personas que me acompañan, y es por eso que, en estos 5 años, desde que me separé, nunca más volví a desnudarme frente a alguien. Entendí que da igual quien vea mi cuerpo desnudo, ¿pero mi alma? ¿Mi alma? ¡No, eso sí que no es para cualquiera!
Estar fuera de mi casa, en un terreno desconocido con una persona que apenas había compartido un par de horas, me invitó a replantearme muchas cosas. Fueron 7 días espectaculares, pero a la vez fueron un tanto estresantes para mí porque no pude relajarme ni ser yo al 100%, no me dejé ver ni un poquito. Me costó más que mucho compartir las cosas simples de la vida.
Estuve 7 días planificando como iba a hacer para llegar “rápido” a la playa, o como subir esa escalera y esos pensamientos eran realmente dolorosos para mí, porque me choqué una vez más con una realidad que me duele y me limita. Pude darme cuenta de algo, esto no me pasa con cualquier persona, me pasa frente a la figura de un hombre….
Descubrí que era “diferente” a los demás cuando tenía 12 o 13 años, pero fue pasando el tiempo hasta que a los 19 años me diagnosticaron. Ese diagnóstico me jugó una mala pasada porqué empecé a auto limitarme y a tener una mirada muy hiriente sobre mí misma y mi cuerpo.
Conocí al papá de mis hijos y nos enamoramos, nos casamos, tuvimos 2 hijos y él jamás hizo o dijo nada que me lastime con respecto a mi enfermedad, al contrario, siempre tenía un comentario gracioso para animarme. Pero, así como existen personas que te cuidan, personas que tienen una palabra o una mirada de amor para regalarte, también existen personas que hacen daño.
Personas que saben cuál es tu herida más grande y van y te meten el dedo hasta llegar al hueso… Y eso fue lo que pasó cuando hace un par de años estuve en un vínculo con un hombre que parecía ser un amor. Era caballero, amable, atento… Parecía, hasta que dejó de parecer, bastaron tan solo tres palabras para destruirme.
Como dice Gabriel Rolón: "El amor hace que vos al otro le des un poder sobre vos (éste es mi corazón, tenelo), y la persona que te ama bien es esa que renuncia a utilizar ese poder que tiene porque es esa persona que sabe que puede lastimarte con 1 palabra entonces no la dice o un acto que puede destruirte y no lo hace. El amor es lo que uno no hace, es decir el amor es renunciar a ese poder”.
Él sabía dónde estaba mi herida, él sabía cuál era mi dolor más grande y no le importó. “Discapacitada de mierda”, me dijo. Sí, así me dijo. Y yo me lo creí. Por eso estar en otro país con un perfecto desconocido fue un reto muy grande para mí, estaba ahí expuesta a la pregunta, al por qué.
"Todos los días hago algo que me acerca más a la aceptación de mí misma"
El otro día, en terapia, mi psicóloga cerró la sesión repitiendo una frase que hacía dos segundos había dicho yo. “Julieta, esto es una guerra de vos contra vos”. Y entendí que no importa quién me acompañe, soy yo la que habita en este cuerpo. Soy yo la que habilito a un otro a dañarme, soy yo la primera persona que me mira con ojos destructivos, soy yo quien decide qué hacer con esto que hoy me pasa.
Y no voy a entrar en eso de que si quiero puedo, porque aún en esta área de mi vida no lo puedo aplicar, pero sí puedo decir que todos los días hago algo que me acerca más y más a la aceptación de mí misma, y eso es un montón.
Más arriba te conté todo lo que “No puedo hacer”, ahora quiero contarte todo lo que SI. Puedo sentir la música vibrar dentro de mí dejando que me traspase de punta a punta y me haga elevar a lo más alto. Puedo ver en la mirada de las personas su dolor, puedo sentir su tristeza y eso es porque también algún día estuve ahí.
Puedo esperar a que mi compañero vuelva de hacer esa excursión, a la que esta vez no me anime a ir, con una enorme sonrisa y una comida espectacular, charlar por horas y filosofar de la vida. Puedo escucharte y darte ese abrazo que no me estás pidiendo, pero sé que lo necesitás porque lo estoy viendo.
Puedo bailar un poco parada (porque me canso) y un poco sentada, ¡es muy cómico, sí!. Puedo entrar al mar, cagarme un tortazo, que se me escape una teta, nadar y salir de ahí gateando…
Puedo andar en bici.
Puedo nadar.
Puedo hacer el amor… y ¡qué lindo hacer el amor!
Puedo escribir.
Puedo tejer.
Puedo caminar.
Puedo manejar.
Puedo tomar decisiones.
Puedo. ¡Yo puedo!
Aún queda mucho camino por andar, mi viaje a México fue un quiebre, pero de los exitosos, muy importante, volví diferente, volví con ganas de ocuparme de mí, de trabajar en esta herida que aun está en carne viva. Sé que lo voy a lograr, estoy totalmente segura de eso, lo que no sé es ¡Cuántos viajes a México me llevará!
Me quedan los más hermosos recuerdos de este primer viaje al Caribe, pero hay algo que el señor JJ me dijo y me hizo mucho sentido y quedó guardado en lo más profundo de mí… “Dejate querer Julieta, y también dejate cuidar”
La discapacidad ha puesto obstáculos en mi camino, pero es justo en esos momentos cuando puedo demostrarme de que estoy hecha. Es mi carácter y mi determinación la fuerza que no tengo en las piernas.
Nunca subestimes tu poder y tu capacidad para lograr lo que te propongas.
Fuente: Julieta Campelli, @julietacampelli, @naranjalimatejidos