Mónica Ayos y Diego Olivera se conocieron a fines del año 2000, cuando Hugo Moser los convocó para trabajar juntos en Matrimonios y algo más. Ella ya estaba separada -hacía varios años- y llegó a la primera reunión con su hijo Federico, de 7 años. “En esa época no tenía niñera y Fede me acompañaba muchas veces a reuniones y entrevistas”, contó la actriz.
Diego asegura que quedó impactado por ella no bien la vió entrar pero Mónica no lo notó y lo trató con la habitual simpatía que la caracteriza, pero sin ninguna intención de seducirlo: sólo quería tener buena onda con su compañero de elenco y trabajar en un clima cordial y relajado. Pocas semanas después de aquel primer encuentro, comenzaron las grabaciones del programa.
“Yo venía de unos años de mucho laburo y, a su vez, de mucha exposición. Diego apareció en mi vida cuando yo transitaba un cambio fuerte, una búsqueda de identidad genuina, correrme un poco del ojo de la tormenta hacia un puerto más calmo, en el que deseaba anclar y que él haya aparecido en esa etapa fue una señal hermosa y muy oportuna”, contó Mónica en una entrevista que le dio a La Nación.
“Fue de esos amores inevitables, hacíamos grandes esfuerzos por corrernos, alejarnos, pero estábamos como imantados”, asegura entre risas.
Un viento cálido que te enamora
Cuando comenzaron a salir, todos creyeron que era un romance pasajero entre el actor de bajo perfil y la mediática vedette del momento, pero se equivocaron: era el comienzo de una gran historia de amor que está a punto de cumplir 21 años.
Obviamente, los comienzos no fueron simples: Diego tuvo que adaptarse a una novia con un hijo y ella aceptó, tal vez por primera vez en su vida, que un hombre la contenga, cuide y proteja. No sólo a ella: también a su hijo, que no tenía relación con su padre biológico.
“Siempre tuve la batuta de mi vida pero no fue hasta que sentí ese viento cálido que me hizo un click; ese vientito de verano con el que uno siente que realmente vale la pena levantar vuelo para arriesgarse y emprender un nuevo rumbo, y, tal vez, por qué no, compartir la batuta. Ese viento cálido en mi vida se llamó Diego Olivera, y allí, en él al fin, reposó ‘la guerrera’”, le contó Ayos a La Nación hace ya varios años.
Llegó la boda y luego Victoria
Al poco tiempo de conocerse probaron la convivencia durante una temporada en Mar del Plata y, después, él se fue a vivir a su departamento. Ya eran una familia ensamblada. Y a los dos años de conocerse -más precisamente el 29 de noviembre de 2002- ya estaban festejando su casamiento.
“Nunca me voy a olvidar de la carita de Federico, de mi brazo, llevándome al altar y entregando los anillos. Lloró, se conmovió y era tan chiquito, tenía 9 años. Y el otro es la impactante mirada de Diego cuando me vio al abrirse las puertas de la iglesia y sonar el Ave María: transparente y genuina de emoción, la misma que le vi 2 años después en el parto de nuestra hija al verla nacer”, relata Mónica.
“Victoria fue una bebé buscadísima, deseada, ambos queríamos una nena. La familia entera la esperaba y mi contexto era otro, muy diferente al nacimiento de Fede -que amó a su hermana desde el día uno- y creo que su llegada fue lo que nos terminó de unir como familia, para siempre”, explica la actriz.
Cada uno tiene su estilo
Como en cualquier pareja, hubo (y hay) discusiones y desacuerdos pero ambos coinciden en que comparten la misma clave para resolver situaciones difíciles: el humor. Son capaces de reirse de si mismos y de cualquier situación estresante que les toque pasar: “tratamos de desdramatizar y llegar a un acuerdo”, aseguran los dos.
A ella le gusta vivir la vida minuto a minuto, sin un plan previo, y Diego planifica todo: hasta sus vacaciones. Pero fueron adaptándose y ahora intentan hacer un mix de cada estilo de vida. Aman viajar, juntarse a comer con amigos y disfrutan de cada minuto en familia, aunque Fede ya es un hombre adulto que vive solo.
Y, con una hija de sólo 4 años, Diego Olivera recibió una propuesta muy importante: le ofrecieron protagonizar una telenovela en México. Era un protagónico importante y a él lo tentaba la idea de aceptar pero Mónica no quería saber nada con irse del país.
Finalmente, Diego aceptó la propuesta y se mudó sólo a México. Durante varios años, Mónica iba y venía de un país a otro. No terminaba de decidir si quería instalarse alli, junto a su marido. “Fue un proceso que, como familia, llevó un tiempo: puse muchas cosas en la balanza antes de mudarme y debo decir que Diego tuvo mucha paciencia e hizo un trabajo de hormiga para convencerme”, asegura entre risas.
Un mensaje en una servilleta
Hoy viven los 4 en México -Fede fue el último en mudarse y ya es un actor súper reconocido alli- y pasan sus vacaciones en Miami y Argentina. Mónica aceptó comenzar su carrera desde cero alli: hizo muchísimos cásting y logró empezar a trabajar como actriz. Nunca aceptó que Diego le consiguiera un personaje en alguna de las muchísimas telenovelas que protagonizó para Televisa.
“Me ayudó mi carácter inquieto que hizo que no me quedara en casa o de compras ni turisteando: salí a buscar mi propio destino y, luego de persevarar mucho, encontré mi lugar aquí, en México”, asegura.
Cuando los día se ponen dificiles -como le pasa a cualquier pareja- Mónica tiene un recurso infalible: “Recuerdo al hombre que hace ya 20 años me escribió en una servilleta de un café de una callecita de Buzios: “Te encontré, amor de mi vida, lo tenés todo, lejos de la perfección, llegaste como un combo explosivo que provoca en mí, sensaciones que no conocía, ¿envejecemos juntos?”.
De hecho, hicieron un cuadrito con ese hermoso mensaje y les recuerda, por siempre, la promesa que se hiceron cuando a penas se conocían.