La historia de la joven aristócrata Camila O´Gorman y del sacerdote Ladislao Gutiérrez se asemeja mucho a la de Romeo y Julieta: su amor era prohibido por sus familias y no encajaba en la sociedad de aquel entonces. En la obra de Shakespeare, los amantes mueren por el arrebato de su propia pasión y por culpa de un plan fallido. Mientras que los jóvenes locales lo hacen porque el amor entre una chica de la sociedad porteña y un cura joven desafía la autoridad de Rosas, quien decide que deben morir para acallar un escándalo intolerable. Hace 174 años que Camila O´Gorman y Ladislao Gutierrez morían fusilados castigados por vivir un amor prohibido.
Es que, según las leyes de la época, lo que terminó en tragedia pudo haberse evitado: con un reto, con una prisión leve, con una suspensión del ministerio sacerdotal, con cualquier cosa antes que con el paredón de fusilamiento. Pero ese tristísimo final, paradójicamente, hizo trascender la historia hasta nuestros días y que formara parte del imaginario cultural que comenzó a forjarse casi dos siglos atrás, con el nacimiento de nuestra nación.
Una joven alta sociedad y un huérfano criado por jesuitas
Camila nació en Buenos Aires el 9 de julio de 1828, bautizada en Nuestra Señora de la Merced el 12 de agosto. Era la quinta hija de Adolfo (un francés de ascendencia irlandesa) casado con Joaquina Ximena Pintos, quienes la educaron de acuerdo a las costumbres vigentes: labores, un escueto acceso a la cultura y, lo más importante, los buenos modales propios del sector social al que pertenecía, que le permitirían acceder a un matrimonio conveniente. La joven asumió el rol que le tocaba, como baluarte de la sociedad porteña culta, baila con frecuencia en las fiestas formales que daba Rosas y se hace amiga de su hija, Manuelita.
Por otro lado, Ladislao nació en Tucumán en 1824, quedó huérfano muy chico y lo criaron los jesuitas, que lo hicieron sacerdote muy joven. Era sobrino de Celedonio Gutiérrez que, en 1846 era gobernador de la provincia y aliado de Rosas. Él mismo es quien lo envía a Buenos Aires con cartas de recomendación, donde es recibido por el propio secretario del Obispado, Felipe Elortondo y Palacios. En poco tiempo, se incorpora a la iglesia que frecuentaban los O´Gorman.
En busca de la libertad
En la parroquia del Socorro conoce a Eduardo, el hermano sacerdote de Camila, que lo invita a las cordiales tertulias de la casa familiar, donde hace lo propio con la joven y hermosa Camila. El amor no tarda en nacer entre ellos, conscientes del peligro que corrían y de la imposibilidad de vivir su relación. Por eso escapan a caballo y casi sin equipaje en busca de la libertad. Se presentan sin documentos, ante el capitán de la goleta Río de Oro, quien les extiende el pasaporte con dos nombres ficticios: Valentina Desan y Máximo Brandier, dos comerciantes de que vienen de Salta, o de Jujuy.
Su sueño era casarse en Brasil, tener hijos y vivir en la gracia de Dios. Pero la falta de dinero los frena en Goya, Corrientes, en donde deciden quedarse un tiempo para ahorrar. Abren una escuela en la casa que alquilan: es la primera escuela de ese lugar. Y tienen tanto éxito que deben que mudarse a otra casa más grande que de cobijo a más alumnos.
Mientras tanto, en Buenos Aires ardía el escándalo, al que se intentaba tapar de cualquier manera. Sacerdotes, horrorizados, le escriben a Rosas, quien se sentía desafiado por los enamorados, aunque no se escandalizaba porque sabía que a puertas cerradas el celibato era reiteradamente incumplido: “No soy un niño para sorprenderme con los escándalos de los clérigos; lo que no puedo permitir ni tolerar es que falten a la autoridad, se rían de ella, la ridiculicen. Los he de encontrar, aunque se oculten bajo la tierra. Los he de hacer fusilar”.
El enemigo interno
Sobre llovido, mojado: diez días después de la huida, el padre de Camila la denuncia en una carta terrible dirigida a Gobernador de Buenos Aires, que desata una persecución, ya que pocos días después, la ciudad aparece empapelada con la descripción de los dos fugitivos.
En tanto, Camila y Ladislao ignoraban ser presas de una cacería y de cómo Rosas se había enconado con ellos. Confiados, fueron una fiesta en el pueblo en la que había un sacerdote irlandés que los delató. Los dos son detenidos, separados e interrogados. Posteriormente, son enviados por barco a Buenos Aires, engrillados. Llegaron a Rosario el 7 de julio y viajaron en carretas, también separadas, hasta cerca de San Nicolás de los Arroyos.
En algún momento de la travesía, Camila envió una carta a su amiga, Manuelita Rosas, que le envió una respuesta (que al parecer la sentenciada nunca recibió) en la que le promete hacer todo lo posible por salvarla de su destino fatal.
Hay una situación particular que advierte el comandante de la prisión: Camila está embarazada y se lo informa a Rosas, quien ni siquiera sabiendo eso declina en su decisión. Sólo permite que los condenados reciban auxilios espirituales... se dice que antes del fusilamiento el sacerdote de la prisión, le dio a beber a la muchacha agua bendita para bautizar a la criatura que gestaba.
Destino final: mueren los enamorados, nace la leyenda
Los fusilaron a las diez de la mañana del 18 de agosto, como mandó Rosas. Primero a Ladislao y luego a Camila. Eran dos chicos enamorados. Sabedor de su muerte inminente, el cura preguntó al comandante Reyes cuál era la suerte de su mujer, quien le reveló que también sería fusilada. Entonces el ex sacerdote le escribió unas líneas: “Camila mía: acabo de enterarme que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el Cielo, ante Dios. Te perdona y te abraza, tu Gutiérrez”.
En 1984 la historia fue levada al cine -con Susú Pecoraro e Imanol Arias, dirigidos por María Luisa Bemberg- con una Camila sinónimo de una heroína de las justas causas, tal vez patrona santa de los amores difíciles. El célebre diálogo entre los enamorados antes de morir frente a la balacera, era:
- "Ladislao ¿estás ahí?
- "A tu lado, Camila"