En un ámbito tradicionalmente dominado por hombres, Lia Palavecino, una joven de 29 años, está marcando la diferencia al impulsar un impacto colaborativo entre los productores ganaderos criollos que son parte de la Asociación Quebracho de Pequeños Productores Agropecuarios (AQPEPROA) y las comunidades Wichi, en el Departamento Ramón Lista, al oeste de la provincia de Formosa en las inmediaciones del Bañado La Estrella, a unos 560 kilómetros de la capital provincial.
Son más de 30.000 hectáreas con actividad productiva de ganadería mayor y menor, y elaboran y comercializan harina de algarrobo. Sus ojos hablan, su presencia es firme y dulce, entiende completamente que la producción de la zona crecerá si el trabajo en conjunto mejora los sistemas productivos y al mismo tiempo cuida la naturaleza.
Como es la vida en el campo, desde temprana edad, Lía observaba cómo su padre y hermanos trabajaban con las vacas y las mujeres con las cabras y ovejas. Su pasión por la historia la llevo a la Universidad de Formosa a 650 km del Quebracho a estudiar esta carrera. Sin embargo, el destino la regresó al Bañado cuando su hermano mayor falleció y en la resiliencia familiar tuvo que hacerse cargo de las actividades del campo junto a su hermano.
El camino hacia donde se encuentra hoy no fue fácil, especialmente para una mujer y joven, pero había heredado la visión de trabajar de manera cooperativa. Su papá y hermano habían impulsado junto a otros productores la creación y fortalecimiento de la Cooperativa en el 2002.
"El aporte y reconocimiento del trabajo de las mujeres en el campo está sucediendo, falta mucho, pero se avanza", cuenta Lía.
En su experiencia al principio era asistir a las reuniones solo para observar y escuchar, pero con el tiempo, su participación y voz comenzaron a ser valoradas y respetadas. En espacios donde sólo hablaban los hombres Lía logró traspasar esa barrera gracias al apoyo de sus hermanos, su propia determinación y resiliencia.
En su rutina diaria no sólo trata las actividades de la cooperativa y acompaña al Directorio, sino que también se involucra activamente en la cura y el cuidado de los animales. En época de cosecha de algarroba, trabaja con las mujeres indígenas de manera muy activa y su jornada se extiende desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la noche, reflejando su dedicación y esfuerzo incansable.
En la región, la harina de algarroba es un alimento de excelente calidad nutricional y, además, un forraje alternativo para la ganadería a base de frutos nativos como el chañar, la espina corona y el mistol, entre tantos otros y el desarrollo artesanías con materiales que surgen del bosque o están en relación a él.
Hoy ve con preocupación como la región enfrenta los desafíos de la sequía, incendios y la falta de agua para el ganado y otras producciones, y los grandes cambios que se están dando en el monte chaqueño y como están afectando la producción.
Por ello está trabajando fuertemente con vincular los sistemas productivos con la conservación y es parte central del concepto Paisaje Productivo Protegido que impulsa Fundación ProYungas con el Proyecto Impacto Verde y Redes Chaco. Está enfocando su trabajo a la planificación territorial a escala predial, la incorporación de procesos de mejora continua, el monitoreo de la biodiversidad, la comunicación y las alianzas estratégicas.
Pero para Lía lo más importante de la experiencia es estar gestionando la alianza entre el mundo criollo e indígena para accionar los sistemas productivos con los tradicionales indígenas y la protección del ambiente. Este aprendizaje continuo y vínculo ha generado cercanía entre dos mundos que parecen estar enfrentados pero que viven en el territorio y enfrentan los mismos desafíos y que los une un futuro común que es el monte.
Hoy Lía está estudiando la carrera de técnico en producción con especialidad ganadera y está a punto de graduarse como historiadora. Ella decidió posponer sus prácticas para dedicarse por completo a la actividad que había visto a su padre desempeñar, con una óptica de mujer.