Hace seis meses Pablo Ramírez cerró las puertas de su mítico local de la calle Perú, en San Telmo. Después de 15 años de tener la tienda y atelier al Sur de la ciudad, el diseñador de los vestidos negros resolvió que era hora de un cambio, uno tan drástico como para llevarlo a metros de la Avenida Alvear (más precisamente en su intersección con la calle Ayacucho).
“Creo que fue un poco una decantación natural: la marca cumplía 18 años y esa ‘mayoría de edad’ se sentía como el final de un período”, asegura sentado en la trastienda del lugar al que se trasladó.
Con espejos en todas las paredes y filas de luces redondas, la apuesta por un diseño más contemporáneo marca un cambio de tono evidente. Sobrio y monocromático, lo que permanece intacto es su estilo, el que lo hizo ganarse un lugar en los fashion week de Berlín, China y Nueva York y consagrarse como uno de los favoritos en nuestro país.
“Estar en San Telmo para mí era casi una decisión política, una declaración de principios”, asegura Ramírez. Fue Gonzalo Barbadillo, su socio y pareja, quien terminó de empujarlo a la mudanza después de haber tenido un pop up store en Recoleta que enseguida mostró los beneficios de estar un poco más cerca del circuito de turistas y clientas.
El desafío era adaptarme a un lugar tan distinto sin perder mi esencia, dice Ramírez.
-Me imagino que ese conflicto puede trasladarse a la ropa también, ¿te pesa la identidad a la hora de diseñar nuevas colecciones?
No, la verdad que no. Sí me pasa que, mirando atrás, siento que cuando empecé tenía una libertad y un desenfado que iban de la mano de una inconsciencia que hoy no tengo, pero creo que también hay un tema de madurez evidente. Cuando pienso en cosas que hice, digo “¡qué atrevido era!” Empezando por pensar que iba a vivir de vender ropa negra o abrir una tienda lejos de todo el circuito, en San Telmo. Pero creo que justamente por eso pude permitirme este cambio: porque ya tengo mi historia y mi recorrido.
-¿Cómo te llevás con esa trayectoria? ¿Sos de reeditarte y esas cosas?
A mí me encanta cuando veo marcas como Prada o Balenciaga volver sobre alguna colección o estampa vieja. En mi caso, lo que alguna vez hice fue traer un modelo antiguo, pero la verdad que nunca diseñé pensando demasiado en las ventas o en una estrategia comercial. Cuando yo empecé, después de trabajar en el área de producto en marcas, hice una colección de locuras que aparte tenía su bajada más “comercial” para producir: prendas que me parecían más usables. Y la gente enseguida vino a buscarme por las locuras y no por ese producto más comercial que imaginé que podía venderse. Ahí entendí que la moda lo que ofrece es fantasía y eso no responde a la lógica sino a otra cosa más irracional. De todos modos, creo que mi búsqueda nunca se enfocó en innovar sino en buscar los calces o la sastrería perfecta. La gente viene a mí por prendas que le gusta cómo le quedan y cómo caen mucho más que buscando la novedad.
-¿Creés que eso define tu identidad?
Sin dudas. En un punto, y aunque suene atrevido, lo que a mí me interesa es hacer ropa que pase desapercibida. Cuando estoy con alguien, muy rara vez miro la ropa, pero más de una vez me ha pasado de decir “qué linda camisa” o “qué lindo pantalón” y que me digan que era mío. En el momento obviamente me da vergüenza porque suena súper vanidoso, pero después me pone muy contento porque lo que yo más quiero es hacer diseños que la gente pueda sumar a su guardarropa, no la prenda súper llamativa.
Sin embargo, en general se te asocia más a la ropa elegante que a la ropa sport… Sí, pero no es algo que yo haya buscado. Creo que hay dos motivos igualmente fuertes por los que se dio así: el primero es que mi ropa de noche tiene una teatralidad que una remera o un jean no y eso hace que se destaque más. El segundo es que hay una lógica del mundo editorial que hace que sea más fácil filtrar un gran vestido mío –aunque yo no sea anunciante– que mostrar lo que yo hago informal. Para eso, el pantalón y la camisa, tienen a sus marcas que sí pagan una pauta publicitaria.
-¿Desde el principio hiciste ropa informal también?
Sí, de hecho hoy no porque ya estoy grande, pero durante muchos años tuve una lucha muy grande con todo esto de la alta costura y la ropa a medida. Si bien me gusta hacerlo, me parecía muy fuera de escala y poco contemporáneo esto de hacer vestidos a medida, desde el discurso político estaba re en contra porque me parecía cero democrático y me hacía ruido. Pensá en Europa, ¿quién hace algo así? Imaginate si vas a sentarte con John Galliano para que te haga un vestido a medida, tenés que ser un jeque árabe. Pero después entendí que la Argentina es esto y que así funcionamos y listo, ¡dejé de pelear!
Durante muchos años tuve una lucha muy grande con todo esto de la alta costura… me parecía cero democrático
-¿Nunca te dieron ganas de hacer una colección con colores?
En lo que es a medida, yo trabajo colores y no tengo problemas. Una vez, creo que en 2005, hubo una colección en la que tenía una pasada de 10 vestidos de color en bloque: todo rojo, todo azul, todo amarillo. Igual, es gracioso porque las veces que hice cosas en color, no funcionan igual que las negras. Me acuerdo de una vez que encontramos una gabardina alucinante color caqui y decidimos usarla. Expusimos en la vidriera y era tan linda que todas las mujeres que pasaban la miraban, pero entraban a probarse y la llevaban en negro. Evidentemente, mi ropa funciona mejor en negro. El color me gusta, pero me parece mucho más personal: depende del color de piel, los ojos, el pelo… en cambio el blanco y el negro son universales.
EL ELEGIDO. Leticia Brédice, Dolores Fonzi, Griselda Siciliani y Carla Peterson son sólo algunas de las famosas que usaron diseños de Pablo Ramírez para alfombras rojas y eventos. Sin embargo, su perfil es más bien intransigente y cuesta imaginárselo a Ramírez negociando con estilistas o celebrities.
“La verdad es que en eso he tenido mucha suerte: jamás en 18 años tuve que llamar a una famosa para ofrecerle mis vestidos”, asegura. Lo cierto es que aun cuando no sea una elección, vestir famosas es una herramienta que Ramírez parece haber aprendido a manejar a la perfección. En la última entrega de los Martín Fierro, sin ir más lejos, Ramírez sorprendió al vestir y acompañar a la humorista trans Lizy Tagliani para la entrega.
“A Lizy la conozco y me parece brillante. Comparto mucho su humor y me parece que esa capacidad de reírse de sí misma demuestra una inteligencia muy superior, ¡me encanta!”, cuenta.
-¿Ella te propuso usar algo tuyo?
-Ya habíamos hablado y yo sabía que quería vestirla, lo que pasaba era que siempre me decía muy a último momento lo que quería. Este año, cuando salieron las nominaciones, me escribió para decirme que le encantaría llevar un diseño mío. Faltaba un mes y necesitaba dos cambios, así que enseguida le dije que feliz se los hacía, ¡no lo podía creer!
-¿La elegiste porque te gustaba como figura?
-Me parecía un desafío espectacular porque Lizy tiene una cosa tan trash por un lado que es alucinante. Fue un poco jugar a My Fair Lady y nos reímos muchísimo. Le preguntaba si tenía tacos y me decía que no y yo la jorobaba, “¿qué travesti no tiene tacos?” ¡Lloramos de risa! De hecho, después me ofreció ir con ella a los premios, que es algo que jamás hago, pero nos habíamos reído tanto que le dije que sí. Fue divertidísimo, me encantó haberlo hecho.