FEDERICO BURGOS (35), papá de Balthazar (4 meses) y realizador audiovisual.
Saber que se va a criar con nosotros pesa mucho a la hora de elegir un trabajo
“Nosotros sabíamos que cuando viniera Balta íbamos a tener todo un proceso de expansión y movimiento. Y efectivamente fue así”, cuenta Federico. El primer cambio era la mudanza al departamento que hoy comparten y la decisión de trabajar desde su casa. Opuesto al esquema tradicional de la madre que se queda en casa y el padre que trabaja afuera, en su logística, Federico es el que está en casa por las mañanas, mientras que Antonella lo lleva a su trabajo por las tardes.
“Si pienso en cómo era en mi infancia, nosotros nos criamos con un papá que viajaba un montón y una mamá que se quedaba cuidándonos –analiza–, un modelo que no sé si yo podría cumplir. Cuando comparo, me doy cuenta de que en nuestra balanza poder estar con él y saber que se va a criar con nosotros pesa mucho a la hora de elegir un trabajo”.
NICOLÁS MESSINA (32), papá de Lola (3) y director de operaciones de ABECEB
Forzar la situación no sirve: hay que buscar lo que a uno le cierre
En la historia de Nicolás, la llegada de Lola (3) fue un punto de inflexión. Antes de que decidieran tener un hijo, él se había ido solo a Londres y a San Francisco buscando inversores para su empresa, mientras que su mujer, Inés (32), trabajaba y vivía acá. La resolución de dejar la firma y volver al país coincidió con el embarazo de Ine y su decisión de entrar al lugar en el que todavía trabaja. Aunque desde su perspectiva, el cambio de vida que significó Lola fue mucho más grande que eso.
“La llegada de un hijo es un cambio enorme: éramos una pareja y, de repente, fuimos tres; antes hacías mil programas y ahora, no podés hacer nada porque no tenés un minuto. Encima, uno empieza con unas expectativas y exigencias altísimas: querés ser el mejor papá del mundo”, asegura. “Después te acomodás y te das cuenta de que forzar la situación no sirve: hay que buscar lo que a uno le cierre. Estando con ella y solos”, reflexiona.
“Me parece que en la generación de mi padre había un acuerdo tácito en el que el hombre era el proveedor y la madre, la que cuidaba a los chicos, y esto hoy no está tan vigente”, reflexiona. “Yo desde el principio tuve en claro que a mí ese modelo no me gustaba y que, aunque no tuviera cantidad de tiempo, por lo menos iba a tener calidad”, asegura. A tres años de su nacimiento y con un segundo hijo en camino, la ecuación parece haber cerrado bien.
IGNACIO SEGADE (33), papá de Ciro (5) y Azul (2) y brand manager en PepsiCo.
Para mí, la paternidad fue un cimbronazo
“Yo tenía 27 años y estábamos recién casados. Para mí, la paternidad fue un cimbronazo”, revela Ignacio. De esos primeros años de casados con Ciro (5) recién nacido, el recuerdo es caótico y –por momentos– gracioso. “Ciro se adaptó a nuestra vida tanto como nosotros a él: éramos los únicos padres del grupo y lo llevábamos a todos lados”, se acuerda.
En esos primeros años, la decisión fue que Ariana, su mujer, se quedara con Ciro y Azul (2) en su casa. “Hay una parte de la paternidad que nadie te cuenta: un montón de tensiones y demás que son lógicas y que en nuestro caso, coincidía con que éramos jóvenes”, cuenta. Sin embargo, lo que siempre tuvo en claro era el rol que él quería ocupar.
“Cuando tenés hijos, te pasa que por un lado empezás a entender más a tus viejos, pero comenzás a diferenciarte también”, explica. “Uno quiere prepararlos para el mundo y los desafíos que vengan, sabiendo que no puede darles respuestas. Lo único que se puede hacer es intentar darles herramientas para que sepan decidir y hacerlo bien”, concluye.
GERMÁN SITZ (29), papá de Sebastián (2) y cocinero y fundador de La Carnicería.
Nuestros padres nos decían qué podíamos hacer y qué no; nosotros los dejamos decidir más
El año 2015 quedará en la memoria de Germán Sitz como uno de enormes cambios. Los primeros pasos de La Carnicería –un restaurante que ya es un clásico en Palermo–, el embarazo de su mujer, Melanie, y el nacimiento de Sebastián son los hitos más importantes de ese antes y después.
“Hasta que nació Sebi, yo no me llevaba con los chicos. Es más, cuando venían familias a comer al restaurante, casi que quería mandarlas a una mesa aparte”, confiesa Germán, riéndose. Viéndolo pintar con Sebi, ese pasado parece mucho más lejano. Sebastián llegó un año después de que él abriera su primer local. Aunque ese primer año su mujer se quedó en casa, después la decisión fue que ella volviera a trabajar y las tareas se repartieran entre los dos.
Criado en La Pampa, las diferencias entre su infancia y la de Sebi son muchas: empezando porque él vivía en un pueblo y Sebi se está criando en Palermo. “Cuando comparo cómo educamos nosotros, me doy cuenta de que somos muy distintos: antes nos decían qué podíamos hacer y qué no, y nosotros los dejamos decidir más –dentro de lo lógico– y ‘si no hacés caso, vos te jorobás’”, reflexiona. “Entendí que mucho pasa por uno, por lo que uno elige y lo que les logra transmitir”, concluye.
Texto: Lucía Benegas ([email protected])