Es una de las escritoras más destacadas de una generación de autoras brillantes y originales. Su primera novela, El viento que arrasa, fue traducida al inglés y recibió el First Book Award, otorgado por el Festival Internacional del Libro de Edimburgo, Escocia.
Villa Elisa, un pueblo de diez mil habitantes ubicado en el departamento de Colón, Entre Ríos, fundado a fines del siglo XIX por inmigrantes del Cantón suizo de Valais. En ese lugar rodeado de arrozales nació, creció y aprendió a leer y escribir Selva Almada (46), una de las escritoras argentinas más interesantes y reconocidas por la crítica y los lectores de hoy. Sus novelas El viento que arrasa y Ladrilleros y su libro de crónicas Chicas muertas llevan varias ediciones y fueron traducidos al inglés, francés, italiano y holandés.
Con el pretexto del reciente premio que recibió (First Book Award de Edimburgo, Escocia), conversamos con ella sobre sus comienzos, la lucha por los derechos de la mujer, la vida de provincia y hasta de sus más desconocidas habilidades en la cocina.
¿Cómo fue tu infancia en Villa Elisa?
Villa Elisa es un pueblo chiquito, conservador. Ahora hay termas, pero son recientes, yo ya no vivía ahí cuando surgió ese fenómeno. En esa época eran más que nada arroceras y actividad agrícola. Vengo de una familia de clase media baja, mis padres se casaron siendo muy jóvenes; somos tres hermanos, yo soy la del medio. Mi mamá terminó el colegio secundario de grande y después estudió el magisterio, así que cuando yo estaba terminando el secundario, mi mamá se estaba recibiendo de maestra. Hasta ese momento había trabajado de enfermera. Y mi papá trabajaba en la municipalidad. Cuando terminé el colegio me fui a Paraná a estudiar Comunicación social; quería ser periodista.
¿Eras la escritora del curso ya desde chica?
No. Me gustaba mucho leer, eso sí, era la lectora del curso. Escribía sólo cuando había que hacer composiciones, glosas para los actos, esas cosas. Y como se suponía que escribía bien, las maestras me lo pedían.
O sea que sí escribías bien, las maestras ya lo veían.
Cuando había que hacerlo lo hacía y me gustaba, pero no era que quería ser escritora ni que escribiera por gusto en mis ratos de ocio. Sí leía, todo lo que podía y me gustaba mucho. Después, cuando tenía nueve años, empezamos a hacer un periódico en la escuela, en el que seguí hasta séptimo grado. Y en ese tiempo nació la idea de ser periodista, mi sueño era trabajar en una redacción.
Nace una escritora
¿Cuándo escribiste tus primeros cuentos?
En Comunicación Social teníamos un taller de escritura periodística y otro más relajado y lúdico; en ese empecé a escribir ficción. Los primeros cuentos. Y dije “claro, si siempre leí novelas, lo que yo quiero es ser escritora, no periodista”. Para ese entonces ya estaba un poco decepcionada de la carrera. No era lo que buscaba. Tenía materias que no me gustaban, soportes como radio y televisión que no me interesaban, me estaba aburriendo y veía que no era lo que yo quería. La fantasía de trabajar en la redacción de un diario estaba cada vez más lejana.
¿Y entonces tomaste la decisión de venir a Buenos Aires?
No, todavía no. Cambié de carrera, empecé el profesorado de Literatura y ahí sí mi relación con la escritura pasó a ser más sostenida. Había compañeros y compañeras que también escribían y en ese tiempo fue que pensé que lo que en realidad me importaba era la literatura. Hice la carrera no pensando en enseñar porque la docencia no me interesaba, pero sí pensando que había que tener una serie de lecturas que yo no tenía y el profesorado me las daba. Después sí me vine a Buenos Aires, en el 2000.
¿Te costó adaptarte a la vida de ciudad? ¿Sos nostálgica?
Lo que más extrañé, y extraño todavía, es que cuando viví en Paraná descubrí el río. En el pueblo no lo tenía porque Villa Elisa queda en el centro de la provincia. Y cuando fui a vivir a Paraná descubrí el río, que es una cosa hermosa. A veces extraño ese paisaje. Y me parece muy poderosa la geografía del interior, el habla del interior, los personajes de provincia, pero prefiero vivir en una ciudad grande. La vida de pueblo no me gustó ni cuando vivía en un pueblo y no es una experiencia que repetiría.
Pero toda tu literatura mira hacia allá, está anclada en esa geografía de provincias.
Sí, pero sin nostalgia. Me sigue pareciendo muy poderoso todo ese universo, pero no hay nostalgia.
Cuestión de género
Te interesa “el mundo de los varones”. ¿Qué es lo que buscás y te atrae del universo masculino? ¿Qué encontrás ahí?
Me interesa pensar cómo se relacionan los hombres. Sé cómo se tejen relaciones entre las mujeres, pero no termino de entender cómo funciona eso entre los hombres y por qué a veces funciona sólo cuando se teje en base a la violencia y la brutalidad. Como las violaciones grupales, por ejemplo. Que se cubran unos a otros, los códigos que tienen. Son cosas que no pasan en el universo femenino.
Mi novela Ladrilleros aborda esas preguntas: cómo un hombre se siente interpelado por una situación erótica hacia otro hombre y cómo hace para resolverlo, si es que lo puede resolver, en un contexto hostil a ese tipo de relaciones. O cómo se pueden relacionar un padre y un hijo que son dos machos-alfa en una familia. O la admiración del padre hacia el hijo, o el amor entre hermanos varones… Son siempre preguntas, no creo que llegar a ninguna respuesta, pero esas preguntas me sirven para armar una trama.
Por ejemplo, mi padre siempre fue a pescar con amigos, hasta el día de hoy va, y yo me pregunto qué hacen, porque a veces vuelven sin ningún pescado. Y todo ese tiempo, ¿qué hacen? ¿de qué hablan? ¿hablan? ¿se cuentan cosas o no? Siempre hubo la idea de que el mundo femenino es muy complejo, que es verdad, y el mundo masculino más simplón, pero yo creo que también hay en ese mundo una complejidad difícil de desentrañar. Porque hay mucha violencia contenida, muchas lealtades en torno a cosas que generalmente no están buenas y eso es muy difícil de desmontar a la hora de pensar en una sociedad menos machista.
¿Vos creés que hay reacciones violentas relacionadas con los cambios de actitud de las mujeres frente a la violencia machista?
Sí, lo dice Rita Segato: cada femicidio es un acto público para aleccionar o amedrentar al resto de las mujeres. Cuando más amplios son los movimientos feministas y más salen a la calle, más virulencia despiertan en la cultura machista.
¿Sos optimista en relación a encontrar una solución en la lucha contra la violencia de género?
No, la verdad que no. Creo que el cambio más importante es que las mujeres empezamos a verlo como un problema y como algo que no debería suceder, que no puede seguir sucediendo. Es un avance. Pero no veo que sea algo que en una década ya no vamos a hablar. No hay posibilidad de una sociedad no misógina con una sociedad que abraza a la derecha, que abraza a la Biblia, donde la religión cristiana tenga la avanzada que está teniendo, precisamente porque son religiones donde la mujer siempre está relegada, donde la culpable de todo es Eva.
¿Tenés expectativas sobre el futuro de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo?
Me sorprendió que Alberto Fernández dijera que va a presentar un proyecto porque el proyecto ya existe, es un proyecto consensuado durante la campaña con distintos grupos feministas, así que no habría por qué presentar otro proyecto si no reactivar el que ya existe. Pero hay voluntad de su parte, eso es evidente, ya lo había dicho antes y durante la campaña. La ley de IVE (Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo) es fundamental para entender que el Estado se está ocupando de las mujeres.
Una cocinera a fuego lento
Leí que te gusta cocinar…
Sí, me gusta mucho. Y me gusta la comida, y comer. Cuando viajo me gusta probar la cocina de otros lugares; soy curiosa.
¿Cuándo invitás amigos qué les cocinás?
Lo que mejor se me da son las comidas de invierno, de olla: guisos, locros, pucheros. También hago una pata de cerdo que es mi especialidad… Me gusta cocinar cosas que lleven mucho tiempo; esa pata lleva como diez horas de cocción. Eso me encanta, todo ese tiempo de preparación, de cocción larga y lenta.
¿En qué estás trabajando en este momento en el que seguís cosechando elogios y premios por cosas escritas ya hace tiempo?
Estoy terminando una novela. Los protagonistas son, precisamente, unos amigos que van a pescar a una isla del Paraná. Es para responder a esa pregunta que te dije antes, ¿qué hacen los hombres cuando van a pescar? Está siempre interfiriendo el recuerdo de uno de ellos que murió ahogado en una de esas salidas. Después están los lugareños, que pescan para comer, y se genera una serie de conflictos entre estos pescadores de hobby y los isleros.
¿Cómo te llevás con los premios? ¿Cambian una trayectoria?
No tengo mucha suerte con los premios. Excepto este que gané en Escocia, siempre estoy cerca de ganar pero no gano. Cuando recién había empezado a escribir, gané el primer premio en un concurso organizado por la Universidad del Litoral, compartido con Carlos Bernatek, que ya era un escritor reconocido. Era la primera vez que participaba, gané el primer premio, había plata y pensé “bueno, yo acá me dedico a ganar premios toda la vida y ya está”. Y después nunca más gané. Fue como una maldición. Ahora se rompió con este premio internacional, que está bueno porque es un premio de los lectores, y también porque es mi primer libro que se tradujo al inglés, el primero que se publica en el Reino Unido, y sirve para darle difusión.
¿Qué es lo mejor y lo peor de ser una escritora reconocida?
Yo no pensaba que me iba a ir bien alguna vez con la literatura. Sentía que era una buena escritora, pero que con eso no iba a pasar nada. Pensaba que siempre iba a tener pocos lectores. Lo que pasó con El viento que arrasa fue una sorpresa y nunca se me había ocurrido que cuando tenés más visibilidad y un poco más de repercusión, tenés menos tiempo para escribir. Eso es algo que no había contemplado y me parece una de las peores cosas.
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